OPINIóN
Actualizado 11/04/2018
Carlos Aganzo

Con demasiada frecuencia las noticias, los debates, las tertulias o los artículos de mayor o menor calado, así como los análisis de índole más académica, giran en torno a los aspectos negativos del funcionamiento de las instituciones, a las disfunciones sociales que generan la actual situación de malestar. Hay una propensión lógica a airear el conflicto, la injusticia, la grosera desigualdad, el abuso. La literatura de la crisis se enseñorea de la plaza pública y casi no hay espacio para otras visiones, para otros temas abordados con tino diferente. Se diría que hablar de lo que va bien no toca, que alejarse de lo lacerante es olvidar el compromiso sempiterno de la denuncia. Sin embargo, volver a una pedagogía que ensalce lo que funciona correctamente, explicativa de las razones del éxito relativo, es un imperativo de honestidad intelectual.

Hay países cuyo sistema político es modélico y que habitualmente pasan desapercibidos en el carrusel de las noticias internacionales. Lejos de entender el término como ideal y próximo a una condición que enfatiza su carácter ejemplar, un sistema político modélico encuentra un sutil equilibrio entre el procesamiento de las demandas de la gente, a través de mecanismos representativos, complementados con otros de participación directa, y los resultados cotidianos de la acción política, que satisfacen en gran medida aquellas. El resultado, a la hora de canalizar el siempre presente conflicto, es una sociedad razonablemente satisfecha.

El arte de conseguirlo no es sencillo. Se combinan procesos históricos con la inevitable sedimentación de las crisis acontecidas, así como su forma de procesamiento, con características sociales vinculadas a la mayor o menor homogeneidad étnica, religiosa, lingüística, social y económica, con mecanismos institucionales, y con el entorno regional en que está enclavado el sistema político en cuestión. La forma de entender las relaciones con el otro, la efectividad de la inclusión de la gente en la comunidad, el control y la división del poder son igualmente elementos para tener en cuenta, con independencia del área cultural de que se trate. Es un asunto universal incuestionable. En ese entramado, quienes se dedican a la política desempeñan un papel imprescindible.

Jorge Gandini es un político uruguayo que asumió hace mes y medio la presidencia de la Cámara de Representantes de su país. Un político profesional que acaba de cumplir 60 años y que ha militado toda su vida en el Partido Nacional, desde hace dos décadas en la oposición. Ello no ha impedido que fuera elegido por unanimidad para la tercera dignidad del Estado en cumplimiento de una tradición que da la presidencia de la segunda cámara a la oposición. Gandini emocionó con sus palabras que tuvieron dosis de intimismo: "Me han hecho una especie de homenaje en vida. Por momentos pensé que estaba muerto y me estaban haciendo un homenaje". Pero también de un coraje promisorio: "Hay que trabajar para mejorar la autoestima republicana". Que, en un país modélico, como es Uruguay, se escuche tal proclama es un motivo para la reflexión y la esperanza.
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