OPINIóN
Actualizado 09/04/2018
Mónica González Hidalgo / Mercedes Corredera

El suicidio sigue siendo un tabú en nuestros días. Nos enteramos de que alguien se ha quitado la vida por el boca a boca, no por los medios de comunicación; tienen por norma no dar la noticia. De lo único que sí se hacen eco de vez en cuando es de la cifra: alrededor de tres mil quinientas personas al año, más de las muertes que se producen por accidentes de tráfico, se suicidan en España, una media de diez personas al día, diez personas que cada día ponen punto final a su vida en silencio, sin quejarse, sin reproches, a escondidas, como si en lugar de quitarse la vida así mismo, se la quitaran a los demás, personas que no siempre tienen problemas aparentemente, que viven bien incluso, que no les falta nada de lo que tenemos por importante para vivir, hombres y mujeres, con frecuencia jóvenes, algunos tanto que no han dejado de ser niños, que quedan ante la sociedad como incomprendidos, inadaptados, conflictivos, incapaces de superar las adversidades de la vida; diez familias que cada día empiezan a sufrir el drama en silencio, sin quejarse, sin reproches, sin atreverse a reclamar, a exigir responsabilidades, a recibir apoyo, sintiéndose culpables, con la cabeza baja como si en lugar de víctimas de una desgracia tan terrible hubieran cometido un delito.

Los expertos se dividen en dos grupos. Para unos, aunque sin dar detalles de los métodos utilizados, es hora de empezar a hablar del suicidio, imprescindible romper el silencio para sacar de las sombras este problema de siglos, necesario para que las administraciones tomen conciencia de las consecuencias y empiecen a plantearse el crear unidades de prevención, de asistencia a los familiares y de campañas de información que frenen estas cifras y dedicar más esfuerzos y recursos a los supervivientes. Otros opinan lo contrario y explican la principal razón: informar del suicidio incrementa el riesgo de imitación, y más que frenar las cifras, las aumentaría. Opiniones demasiado opuestas para venir de expertos en lo mismo.

Se supone que unos y otros dan por hecho que lo primero es analizar las causas que llevan a una persona a quitarse la vida. Seguramente detrás de cada suicidio hay un problema de salud: depresiones, otros trastornos mentales, de personalidad, psicológicos? pero no hay que descartar que el fatal desenlace lo provoquen otros problemas de origen social: graves problemas económicos, deudas imposibles de saldar, implicación en asuntos fuera de la ley, obligadas metas inalcanzables, el paro que anula, la soledad que aísla, drogas, marginación, malos tratos y hasta ausencia de problemas o responsabilidades. Así somos los seres humanos, lo que a unos los hace más fuertes, a otros los hunde por completo.

Desde mi punto de vista, que no soy experta en tan complejo asunto ni mucho menos, pero que algo he aprendido de conductas humanas, me parece tan excesiva la atención que se presta a otras lacras sociales (violencia machista, acoso y fracaso escolar, tragedias provocadas por accidentes, conflictos derivados de separaciones matrimoniales), como escasa la que se presta al suicidio, y me gustaría poder creer que esto no obedece a que atender a unas víctimas resulta más rentable que atender a otras, pero ante la realidad de tan distintas actuaciones, de momento se me hace difícil por no decir imposible.

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