Hace mucho tiempo que yo me siento emigrante. Sí. Con 21 años y un bebé de tres meses me atreví a irme de mi país para vivir en otro donde desconocía por completo el idioma. Cáceres fue mi primera ciudad, la ciudad que me acogería en mi nueva vida.
Al principio no entendía nada de lo que me hablaban, pero, poco a poco, con mi esfuerzo y la ayuda de las personas que me rodeaban, conseguí entender la ayuda que me estaban ofreciendo. Tampoco he venido de un país muy lejano, Portugal, pero eso no importa. Lejos, cerca, lo que más duele es tener que marcharse. A pesar de todas las dificultades, una de las mayores preocupaciones era el problema que tenía con las adicciones a las drogas y el idioma, donde tuve que aprender a hablar para que se me entendiera. Ahora estoy en un centro de drogodependientes y, gracias a Dios, he sido fuerte. Poco a poco le he dado a mi hijo siempre todo lo que pude, claro que con la ayuda de otras personas.
Pero aquí no acaba la historia. El problema es que mi hijo es de color, mulato, y por ello empecé a tener alguna dificultad con el racismo. Tuve que aprender a hablar para defenderme, tanto a mí como a mi hijo, y me he sentido en varias ocasiones discriminada. Por este motivo he tenido que cambiar varias veces de ciudad, donde unos entendían y enfocaban de otra manera el tema del racismo, y otros, no.
La gente me miraba de reojo cuando escuchaban que yo no era española, y que tenía un hijo de color, pero hoy, después de 22 años, y tras haber pasado por muchas situaciones desagradables, he conseguido aprender a hablar y a escribir en español y superé mis problemas con las drogas. Puedo decir que, a pesar de todo, me he casado y he tenido dos hijos más. Y mi hijo, de 22 años, después de haber pasado por varias situaciones difíciles, sigue luchando por seguir adelante con esfuerzo y constancia contra el racismo.
La inmigración es algo que todos tendríamos que aprender a respetar y ayudar porque para nadie es fácil dejar su país y abandonar sus raíces, solo por el simple hecho de conseguir tener una vida digna que todos y cada uno de nosotros merecemos.
Testimonio de Susana, aparecido en la revista Tu Voz, de Cáritas Diocesana de Salamanca