OPINIóN
Actualizado 04/04/2018
Manuel Alcántara

Hay un tiempo para nacer. Hay otros tiempos que, asombrosamente, permiten tener la ilusión de renacer. Una especie de reinvención de la existencia, de tener la impresión de que se comienza de nuevo. Seguro que es un señuelo más de la sabiduría de la vida para poder seguir adelante. Es la razón de los ciclos, que a veces son espirales y, en otros casos, son círculos concéntricos en los que no se sabe muy bien cómo se pasa de un anillo al colindante: el azar, un salto imprevisto por un impacto externo, la propia decisión en pro de abandonar lo manido. También puede darse el caso de estar siempre repitiendo la misma órbita, con mínimas variaciones en el entorno que confunden, trayendo la cándida impresión de la diferencia.

La ilusión del cambio es asimismo un factor poderoso. Pergeñar escenarios nuevos, inaugurar algo, abandonar los viejos hábitos, salir del hoyo. Un rosario de trampantojos que sirven para la figuración necesaria sobre la que se basa la vida. Además, está siempre la excusada sensación de tener el control de los avatares, de ser consciente que la nefasta idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor es repudiable porque es el alibí de los perdedores o, al menos, de quienes se refugian en el pasado temerosos del mañana. Frente a ello, volver a empezar es el resorte vital imprescindible; hacerlo con las mismas manos, pero con otros mimbres; con idénticos ojos, pero con otra mirada. Renunciar al escepticismo de lo imposible, abrazar el reto de lo desconocido.

Pensar en la existencia de segundas, terceras, enésimas oportunidades. Adornar el ritual de lo que se cree estrenar es un resorte inequívoco de ingenuidad desmedida, pero que reconforta a espíritus melifluos como son los de la mayoría. No hay nada en contra, si bien hay que ser consciente de ello. Asumir que el recambio es un eslabón más de una cadena finita de la que se desconoce qué puesto ocupa en la secuencia. Una brasa que puede alentar un rato más el fuego de la chimenea. Sí, hay un tiempo para reverdecer sin que importe el nuevo otoño, simplemente asido a la soledad de siempre ribeteada a veces por quienes aparecen y desaparecen al lado, almas entrañables, amistades queridas. Hay un tiempo para cambiar, otra vez.

El río es un cauce manido cuyo fluir es regulado y sus riberas se han ido asentando a lo largo del tiempo. A veces se estremece cuando las lluvias despiertan los regatos o después del deshielo haciendo de su corriente una novedad que asombra. Los patos se dejan llevar pillados por las aguas antes de emprender el vuelo. Durante las crecidas la afluencia trae sorpresas y es así cómo enfrente de casa la sedimentación de ramas y de trozos desprendidos ha formado una pequeña isla. Los pájaros son sus nuevos moradores que han encontrado un sitio muy adecuado para anidar lejos de los depredadores. Un espacio promisorio, que, como otro tipo de epifanía da sentido a una nueva vida.

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