OPINIóN
Actualizado 02/04/2018
Mónica González Hidalgo / Mercedes Corredera

Rusia está de luto: sin contar las que todavía siguen desaparecidas, 64 personas, de ellas 41 niños, han muerto en el incendio de un centro comercial.

La distancia, como de costumbre, resta importancia a la tragedia, pero lo que hace unos días ocurrió lejos, mañana puede ocurrir cerca, y todos podemos vernos en las mismas circunstancias.

La construcción de centros comerciales dotados de todos los servicios (supermercados, cines, tiendas, peluquerías, guarderías, juegos, espectáculos para niños y mayores, restaurantes, cafeterías, etc.,) son ya una práctica imparable incluso en los países más pobres. A ellos vamos en grupo, con frecuencia familias al completo, y generalmente a pasar tardes enteras, horas y horas en un laberinto de pasillos que nos llevan y nos traen por distintos espacios hasta que olvidemos por completo que existe la calle, las ventanas y la luz del sol. Lo hacemos convencidos de que son lugares seguros, de que cuentan con todas las medidas de seguridad, y aunque ante todas las tragedias se busquen responsables y hasta se encuentren, lo normal es que así sea, pero nadie, ni contando con los medios, el dinero y el personal suficiente, puede asegurar nada al cien por cien, porque cuando un incendio o cualquier fatalidad surge en un centro de estas dimensiones, por mucha calma que se tenga, desaparecen las indicaciones luminosas, las señales escritas, los avisos pintados, las escaleras, los ascensores, las puertas de emergencia, los encargados de evacuar el edificio no dan abasto y las alarmas solo consiguen multiplicar las consecuencias que se pretendían evitar.

Si los cines fueran simplemente cines, los supermercados, supermercados, los restaurantes, restaurantes, etc., no acabaríamos con las tragedias que a veces nos sacuden, porque donde va el cuerpo, va el peligro, que decía mi abuela, pero el número de víctimas sería menor. Pero de momento todo indica que nadie quiere aprender la lección de los errores y rectificar la política de construcción. Para los promotores los intereses comerciales están por encima de las personas, y los clientes vamos donde nos lleven tranquilos, porque estas tragedias siempre le pasan a los demás, nunca a nosotros. Y cuando pasan es porque el empleado que menos cobra hizo mal los deberes, que los políticos, empresarios y constructores "no se equivocan nunca".

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