OPINIóN
Actualizado 31/03/2018
Tomás González Blázquez

Mi vida sigue, y continuará siendo "autobiografiable", pero después de siete episodios, y en la certeza de que, de este viaje, ya no habrá un octavo, no puedo despachar al lector (alguno habrá) con un final abierto. Mi historia, que según confirmé el 17 de febrero había comenzando en Getsemaní, culmina en otro jardín, allá donde había un sepulcro nuevo excavado en la roca, cuya losa apartaron, y del que todo brota como un cántico vibrante de amor y de esperanza.

¡Ha resucitado! Es el nuevo anuncio del ángel. El Ave María, el Gloria, y el Resurrexit. El cáliz ofrecido halló un Hágase por respuesta. El escarnio, la burla y los clavos tuvieron un Perdónalos. Ahora es la hora del Id y anunciad. ¿Eso he hecho esta Santa Semana? ¿Eso haré todas las semanas que me separan de la siguiente? He ido, me he hecho calle y plaza, pregón y silencio, con el propósito de anunciar, y aún me queda revelar el final feliz de mi epopeya, pasión y acción del Señor que pasa haciendo el bien.

La procesión de la Resurrección es la que mejor me explica. Las llagas de las manos y los pies, la herida del costado, curan, claro que curan, pero lo hacen siendo cicatrices de un cuerpo glorioso y a salvo del poder de la muerte. Hay que imaginar la talla preciosa del Cristo, escoltada por los angelitos músicos, portadora de su banderín de triunfo, como un cuerpo capaz de comer y de ser comido, de sentarse entre nosotros y a la diestra del Padre en el Cielo, de caminar sobre las aguas y sobre las nubes, de atravesar las puertas cerradas del cenáculo y desvanecer los candados de los corazones, hasta hacerlos arder? Capaz de caminar y desaparecer, de aparecer y preguntar, de responder y asomarse dentro del alma. Hay que imaginar al Resucitado en continua presencia, en misteriosa invisibilidad, en eterna victoria. Hay que seguirlo y no perderlo. Rastrear sus huellas de rojos claveles, oler su incienso y escuchar el eco cantarín de sus campanillas.

Como es el que mejor me explica, todavía no logro explicarme que haya quien se sienta ajeno a este desfile de la Pascua, agarrados a excusas o aferrados a condiciones. Es Jesús el que pasa, y pasa Resucitado. Cuatro siglos contemplan la tradición, que nace y se conserva en la Vera Cruz pero lo es de toda la Semana Santa salmantina. Cofrades de unas y otras no deben, no pueden, apartarse de acompañar a este Cristo de la Unidad, Cristo del sepulcro vacío, de la cruz gloriosa, de la Madre despojada del luto. Los quiero en comunión conmigo, arremolinados en torno al Cristo por todos compartido, porque en la palma de su mano derecha, atravesada por el clavo en el Cristo del Perdón, en el de la Luz, en el de la Humildad, ya se ha calmado toda esa hemorragia brutal de quien se engríe, de quien vive en oscuridades, de quien condena. Y en la palma de su mano izquierda, atravesada por el clavo en el Cristo de la Agonía Redentora, y en el del Amor y de la Paz, y en el de la Vela, ya se ha consumado la redención, ya brilla la concordia restaurada. Y en sus pies de peregrino, atravesados a su vez por el clavo en el Cristo de la Buena Muerte, y en el de la Liberación, y en el de la Misericordia, y en el de la Agonía, y en el de los Doctrinos, y en todos los Cristos que Cristo son, está ya listo y previsto el camino nuevo del anuncio del Reino. Los quiero arrodillados ante Él, ante la herida de su costado, para fortalecerse en la Sangre de su Eucaristía y renovarse en el Agua de su Bautismo.

En la imagen, escena de la Resurrección ? frontal de altar de la Capilla de la Vera Cruz, Salamanca

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