Más allá del sufrimiento. ¡Feliz Pascua!
El dolor es un sentimiento físico, psíquico o espiritual que, de una manera o de otra, afecta a todo hombre.
El dolor físico, propio de los enfermos, está de moda en estos días, en que se reclama una mayor atención a la salud, y una dedicación de mayores medios, económicos y personales, a eliminar o al menos a aminorar las enfermedades que causan el dolor. O incluso, aunque no se elimine el dolor, se pide una atención y dedicación especial a los cuidados paliativos, para ayudar a llevar más dignamente, o incluso eliminar del todo, los dolores físicos que nos afectan.
Durante cinco años tuve experiencia de contacto y dedicación a los cuidados paliativos del hospital de Los Montalvos. Y realmente pude experimentar la efectividad de este tipo de atención médica que, por otro lado, no se aplicaba sólo a los enfermos, sino también a sus familiares y cuidadores, combinando el cuidado de las medicinas con el de los psicólogos, los trabajadores sociales y, por supuesto, la atención espiritual de la pastoral de la salud.
Pero quizá, en estos días de la Semana Santa, sea más propio hablar de otro tipo de dolores, concretamente los psíquicos y los espirituales. Los psíquicos son muy corrientes hoy, y se muestran a modo de soledad o abandono, a modo de depresión, o de otras múltiples maneras. Estos sufrimientos a muchos, incluso jóvenes, los llevan al límite del suicidio. Muchas veces son dolores insoportables y de difícil solución.
Y, por supuesto, en la vivencia de la Semana Santa, muchos, y especialmente los cristianos, tenemos que centrarnos en la vivencia, celebración, y consideración de la libertad a que nos puede y nos debe llevar la contemplación del dolor propio de los santos, de los mártires y, sobre todo, de la Madre del gran sufriente, Jesucristo, y de éste mismo, especialmente en el paso y la vivencia de los maltratos, castigos supremos y muerte ignominiosa en cruz.
Abrimos la Semana Santa con el recuerdo y la celebración, en muchos casos, del antiguo viernes de dolores, en que recordamos los padecimientos de la Madre del Salvador, la Virgen María, que comparte en profundidad los sufrimientos de su propio hijo, en la condena y los maltratos, en el camino de subida al Calvario cargado con la Cruz, y permaneciendo de pie junto a la Cruz hasta el fallecimiento de su hijo, al que después recogería ya muerto en su regazo, sufriendo luego su ausencia al ser depuesto en el sepulcro.
Es verdad que a los tres días el dolor se cambiaría por la paz y la alegría de la resurrección del hijo. Los cristianos creemos que, aunque tengamos que pasar por los mismos dolores que todo el mundo, consideramos que la última palabra no la tiene el sufrimiento, sino el triunfo de la salud, material y espiritual, y de la vida.
Es más, pensamos que nosotros podemos contribuir a que aquellos que padecen, superen cuanto antes la vivencia y experiencia del dolor, ayudando a que alcancen la salud por la aplicación de los debidos y justos servicios sanitarios, o a superar los dolores que acompañan a la pobreza o a las diversas necesidades.
Y también pensamos que podemos estar a la sombra de la Cruz de Cristo, incluso cargando con nuestra propia cruz, y colaborar así a que otros puedan beneficiarse del triunfo salvador de la Cruz del Salvador. Aunque en muchos casos no podamos ofrecer, si acaso, más que un hilo de esperanza o de confianza en la capacidad de superar el dolor o de contar con la gracia, misteriosa, de recibir la sanación superior y de conseguir la paz interior y, a veces, en la experiencia de los místicos, de alegrase y gozar con el "privilegio" de sufrir en unión con Aquél que sufre y se entrega por la salvación de todos nosotros.
Vivamos estos días los pasos de la Pasión, no sólo en las procesiones promovidas por las hermandades y cofradías, sino también en la cercanía a las personas sufrientes que conviven con nosotros y están necesitados de nuestro apoyo, que podemos ofrecerles a modo de Cireneos que les ayudan a llevar con gallardía la propia cruz de cada día. Ya llegará el día de la Resurrección y del triunfo sobre el pecado, la enfermedad o la misma muerte. ¡Feliz Pascua! Y que llegue para todos la superación y el triunfo sobre todo tipo de dolor.