Luego fue la confluencia de dos factores la que contribuyó a arraigar la trashumancia en la Península Ibérica, a saber: los geográfico-espaciales, unidos a una configuración física con una elevada altitud media y con contrastes climáticos entre la Iberia húmeda y seca, facilitaron desde la antigüedad los desplazamientos semovientes en busca de yerbas estacionales, y; los histórico-temporales, pues en la repoblación era más factible la solución ganadera que la agrícola al exigir menos mano de obra y permitir una mayor protección de los animales que los cultivos en un clima de guerra fronteriza.
Por eso, Alfonso X fundó mediante privilegios el Honrado Concejo de la Mesta en 1273, no como federación de tas múltiples mestas locales, sino como marco legal para todos los ganaderos del reino y en tanto reconocimiento oficial de la trashumancia a gran escala dentro del marco de la monarquía feudal.
A la par se habilitaron rutas pastoriles específicas, que variarán en función de las circunstancias bélicas, climáticas y mercantiles, recibiendo los nombres de cañadas reales, cordeles y veredas según su anchura legal, y conformando una tela de araña que cubría la superficie peninsular. A raíz del alumbramiento mesteño y a lo largo de la Baja Edad Media, la corporación pecuaria contempla la sucesiva concesión y confirmación de privilegios reales, la génesis de una legislación pastoril y la fiscalización del ramo por la Hacienda Regia, que cotizaba el impuesto del servicio y montazgo en unas estaciones de peaje llamadas puertos reales. Al mismo tiempo, surgen una multiplicidad de arbitrios locales -pontazgos, portazgos, verdes, pasos, castillerías, barcajes, etc.-, percibidos por los señores y concejos del territorio transitado por las cabañas.
Con todo, el proceso de mayor trascendencia para el sector fue la selección de la apreciada raza merina, productora de una lana blanca y fina de extraordinaria calidad que dará a los castellanos el monopolio lanero en los mercados europeos durante cinco siglos.
Ello convirtió a la granjería merina en la principal sustancia destos reynos. La expansión lanera bajomedieval culmina con la política proteccionista de los Reyes Católicos, concretada en la codificación de las leyes pastoriles, la concesión del privilegio sobre los pastos más tarde conocido como ley de posesión y la organización interna de la institución mesteña.
Ésta, presidida por el decano del Consejo Real, aunaba cargos administrativos y de justicia, como los Alcaldes Entregadores y de Cuadrilla. En la base estaban los agremiados, los "Hermanos de la Mesta", que se reunían dos veces al año en Junta General. Además, iniciada la colonización de América se crea un gremio homónimo a la Mesta en el Nuevo Mundo, como recoge la Nueva Recopilación de las Leyes del Reino.
El Honrado Consejo vivirá en el siglo XVI, con los Austrias Mayores su primera etapa de esplendor al calor del negocio merinero, trazándose dos rutas para la navegación de los vellones hacia el exterior: la de los puertos de Levante con destino en los centros manufactureros del norte de Italia y la de los del Cantábrico con rumbo a Francia, Inglaterra y Flandes, en donde han abierto factorías nuestros comerciantes.
Ahora bien, durante el reinado de los Austrias Menores tiene lugar un proceso de concentración de riqueza ganadera, en el que las yerbas empiezan a ser acaparadas por los propietarios de las grandes cabañas, en tanto los más modestos se agrupan en cuadrillas para sus marchas semianuales o se convierten en pastores asalariados.
Por su parte, los riberiegos, ganaderos del Mediodía que trasterminaban, se interesan por la gran trashumancia y se infiltran en aparato burocrático del gremio. Estas diferencias jerárquicas entre los mesteños se agudizan con la crisis diferencial del siglo XVII que sacude a Europa, de efectos más acusados en las sociedades mediterráneas, y que incide en la depresión de nuestro ramo pecuario.
El arbitrista Miguel Caxa de Leruela clama contra la postración mesteña en su obra Restauración de la abundancia de España. Son tiempos duros para un Imperio en descomposición. Es el Siglo de Hierro del que habla la lucidez mágica de Don Quijote en su anhelo de la edad áurea, y en el que la pluma cervantina sitúa el episodio en el que el Caballero de la Triste Figura confunde a dos rebaños merineros con sendas formaciones militares prestas a batirse, como reza la cita: "Volvió a mirarlo Don Quijote, y vio que así era la verdad; y alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura".
La crisis política y económica de los reinos hispanos en pleno Barroco se traduce en las metáforas de nuestros héroes luchando contra quimeras como soldados y gigantes mudados en vulgares ovejas y molinos de viento. El siglo XVIII depara pingües rentas a las empresas merinas por la elevada cotización de las pilas de lana en los mercados europeos.
Los ganaderos más poderosos, avecindados en la Corte, ven crecer sus rebaños y hasta Felipe V llega a crear una Cabaña Real Patrimonial de efímera vida. En 1765 se alcanza el techo numérico de toda la historia de la Mesta, rebasándose las 3.750.000 cabezas trashumantes, a lo que habría que sumar una cabaña similar perteneciente a merineros estantes.
Con los primeros Borbones se vive, pues, lo que hemos dado en llamar el segundo auge del Honrado Concejo, al punto causar admiración nuestra granjería mesteña en los agraristas europeos, como por entonces expresaba el sueco Joan AIstron al referirse a las merinas castellanas: "Las ovejas tienen las patas de oro y donde quieran que pisan la tierra se transforma en oro".