OPINIóN
Actualizado 23/03/2018
Eutimio Cuesta

Anteriormente, al año 1615, no existía aún la procesión del Santo Entierro. Se realizaban otros cultos ese día, relacionados con la Pasión. El 5 de marzo de 1615, don Luis Fernández de Córdoba Portocarrero, obispo de Salamanca, instauró, en la ciudad, la celebración del Descendimiento y la procesión del Santo Entierro.

Los cofrades de la cofradía de la Vera Cruz de Salamanca fueron los encargados de organizar este ritual evangélico. Esta práctica se extendió, muy pronto, por toda la diócesis salmantina, y Macotera, movida por la influencia de la cofradía de la Vera Cruz local, fue una de las parroquias pioneras en aceptar la invitación del señor Obispo. Para realizar el acto del Descendimiento, era necesario contar con un Cristo con los brazos articulados.

No existía en la parroquia y hubo que comprar uno. La ceremonia de la bajada de Jesús de la Cruz y su colocación en el regazo de su madre, estaba rodeada de emoción y piedad. Después, era colocado en el sepulcro y se sacaba en la procesión del Santo Entierro del viernes Santo. Esta imagen debió adquirirse hacia 1618 ó 1620.

Este acto del Descendimiento, por ciertos abusos e indecencias, fue suprimido por el señor Obispo el 18 de agosto de 1829. A este Cristo, se le conoce como el de la Buena Muerte, que protegía y amparaba a nuestros difuntos junto con su Madre, la Virgen de la Encina.

Los libros de fábrica de la iglesia nos hablan de la existencia de dos Cristos: el Cristo de la Buena Muerte y el Cristo de los Misereres. El Cristo de la Buena Muerte se guarda en la ermita de la Virgen de la Encina, y el de los Misereres preside el altar del Cristo de la iglesia.

Y para concluir, el nombre de Cristo de los Misereres le viene, porque don Antonio Bueno Gutiérrez, párroco y cofrade de la Vera Cruz, implantó, en 1722, la costumbre del canto del miserere. Se cantaba dos veces al año, entre las dos Pascuas, ante la imagen del Cristo de las Batallas, en su ermita. Todos los cofrades asistían a la procesión desde la iglesia hasta la ermita, y se hacían acompañar de ese Cristo, razón por la que se le conoce por el de los Misereres. Don Antonio Bueno Gutiérrez mandó hacer y dorar en 1724, y a su cargo, el retablo del Cristo, que todos tenemos ocasión de admirar.

En 1946 la entonces denominada Junta Permanente de Semana Santa, restaura el acto celebrándose la tarde del Viernes Santo ante la fachada de la iglesia de San Martín, solo con las imágenes de Cristo y los ladrones. En 1948 volvió a trasladarse el acto al Campo de San Francisco.

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