Quienes me conocen saben que no suelo hablar de mí, que puedo pasar largas horas escuchando sus historias aportando únicamente los enlaces que omiten en sus oraciones, el vocablo que balbucean por olvido o conciencia de su imprecisión y las palabras que necesitan oír ?para dar consejos o malas noticias hay gente de sobra. Suelo ser discreto con mi vida privada, no por privada, sino por irrelevante, y habitualmente me las ingenio para salir del paso en los interrogatorios tanto de las personas que me encuentro por primera vez como de las que me vieron aprender a montar en bici.
En unas horas partiré hacia San Fernando, en autobús, aunque no me importa que alguno de ustedes haya empezando a canturrear el tema de Manolo García. Allí se disputa, a partir del sábado, el Campeonato de España de selecciones autonómicas de Minibasket, una suerte de jaque mate al sentido hondo de las cosas, a la profundidad del misterio de la vida humana. Analizado en frío, desde el lugar en el que purgan las almas inanimadas ?mayoría absoluta en este planeta? el resumen sería el siguiente: Doce chicos y chicas (o chicas y chicos, no vaya a ser tildado de machista) menores de trece años ?conditio sine qua non?, elegidos por el criterio subjetivo de unos seleccionadores (de estos se abstienen de opinar hasta conocer el resultado) y representando a entidades territoriales recuperadas de la Edad media o sacadas de la manga en la transición, acuden a San Fernando, Cádiz, no se sabe muy bien a qué. Y aquí está el quid de la cuestión, qué hay de importante, piensan esas almas, en que los de blanco metan más canastas que los de negro (o al revés, no vaya a ser tildado de racista), por qué no están todos leyendo la Biblia (o El Corán) o el nuevo catecismo de Netflix y demás series de actualidad.
Y uno, como los soldados de Senderos de gloria, película antibélica firmada por el añorado Kubrick, hace bien en no preguntárselo. Y asume con naturalidad que el cúmulo de sensaciones que confía vivir en estos días quedarán resumidos en un suspiro de alivio al regreso, por parte de quienes aún le esperan, y en una crónica que rece aquello tan devastador de "sin novedad en el frente", después de todo lo que vamos a pasar. Porque sí, entrenar baloncesto, tener la suerte de entrenar y jugar al baloncesto tiene mucho del famoso soneto de Lope, no es ni más ni menos que creer que un cielo en un infierno cabe, puede que no mucho más que dar la vida y el alma a un desengaño.
Conste aquí la amenaza de que lo vamos a seguir haciendo. Aunque no encontremos las metáforas adecuadas para explicar el porqué. Tal vez porque no haga falta y todo lo que vaya a suceder estos próximos días en San Fernando no sea más que un acto de amor de doce chicos y sus entrenadores, también de muchos árbitros, oficiales de mesa y voluntarios, hacia un juego que nos invita a ser mejores al tiempo que hacemos mejores a los compañeros y rivales, que nos educa, nos apasiona y nos consuela en la promesa de su inmortalidad.