El funambulista anda por el fino hilo de la vida sometido a infinidad de factores que pueden hacerle perder el equilibro. Equilibrio imprescindible para que ese difícil caminar sea lo suficientemente apacible para disfrutar del arriesgado paseo.
Una vez que el funambulista controla perfectamente su equilibrio interior, empleando con maestría la pértiga que le permite balancearse a un lado y otro, sorteando todo tipo de adversidades, para mantenerse en el punto central de la virtud, su caminar se hará placentero, sosegado, le permitirá disfrutar del magnífico paisaje que a sus pies se le ofrece. Nada tiene que temer.
Es cierto que es un equilibro muy precario, un simple e indefenso pajarillo que se pose en un extremo de la pértiga o una ligera brisa harán peligrar su estabilidad, pero si el funambulista tiene confianza en sí mismo, sabrá espantar al pájaro, hacer frente a esa brisa y recuperar el equilibrio para seguir su camino.
Muchas son las cosas que le pueden hacer perder el equilibrio. Algunas están dentro de él. Esas, debe saber controlarlas, no dejarse llevar por el desánimo, por el miedo o la angustia, tiene que aprender a sobreponerse a vencerse a sí mismo y una vez se haya reencontrado, retomar el camino.
Otras le vendrán de fuera, en forma de ráfaga de viento, de interferencia por parte de quien pasa a su lado, cualquier roce con la pértiga del funambulista que se cruce en su camino es suficiente para que el equilibro se rompa, la felicidad del camino se enturbie y corramos serio peligro de perder el contacto con el fino hilo de la vida.
Habrá momentos que los percances sean tantos que nos inducirán a pensar que no merece la pena seguir el camino, que si nos libramos de uno, un paso más adelante habrá otro que tal vez no seamos capaces de salvar, el desánimo intentará apoderarse de nosotros. Una espesa niebla nos impide ver más allá de ese paso. Nunca sabremos qué nos espera, sólo podemos estar seguros de la situación actual, no podemos retroceder y el seguir es incierto, pero no hay más camino. Eso, o abandonar.
Tampoco sabemos cuál puede ser la longitud del hilo, a lo peor estamos luchando por conseguir un equilibrio que nos permita un respiro de felicidad y cuando lo hemos conseguido, la inmisericorde Átropos corta el hilo y nos precipitamos en el abismo.
Para algunos, el caminar sobre el hilo de la vida está tan lleno de huracanes, tempestades, enfermedades, miserias? que son incapaces de remontar para caminar de pie sobre él, se arrastran agarrándose con uñas y dientes al cable hasta desfallecer. Su único consuelo les llega cuando, exhaustos del duro peregrinar por la vida, esta les abandona y caen por el dulce abismo de la muerte.
Otros, pudiendo disfrutar de un caminar gozoso, disfrutando del luminoso y apacible día que el destino les ha deparado, se empecinan en empujar al de al lado, se cruzan en el camino de los demás, les empuja con intención de hacerles caer. Esa es su misión, no son capaces de pensar en la felicidad propia y en la del prójimo, no pueden ser felices si el de al lado lo es. Necesitan la desgracia del otro para alimentar su insaciable deseo de felicidad, que nunca alcanzarán.
Otros se enredan en su propio hilo de la vida, sus torpes pies tropiezan, una y otra vez, con la pértiga que les permite mantener el equilibrio. Sin que nada ni nadie interfiera en su vida, pierden el equilibrio y caminan arrastrándose por el hilo, se sienten incapaces de ponerse en pie para reemprender el camino. En algunos casos, la angustia se apodera de ellos, se regodean en su propia desgracia, hasta el punto de que, en no pocas ocasiones, deciden desasirse del hilo de la vida y se dejan caer al precipicio.
A veces, estamos más pendientes del caminar de el de al lado que del nuestro. Nos olvidamos de disfrutar de lo que nos rodea, permitimos que aquello que hace o deja de hacer el que pasa a nuestro lado, nos influya de tal manera que nos impide caminar seguros por nuestro hilo. Al desviar nuestra mirada para ver qué hace el otro, perdemos nuestra referencia y el equilibrio, impidiéndonos un caminar seguro y feliz.
Nos pasamos la vida criticando al otro, permitiendo que sus vientos y sus tempestades nos hagan tambalear. Dedicamos más tiempo a los quehaceres del prójimo que a los nuestros.
No es fácil acostumbrarnos a andar por el filo hilo de la vida. No es fácil admitir que somos dueños de nuestro propio equilibrio y que el verdadero equilibrio está dentro de nosotros. Cuando hayamos asumido esto, miremos adelante, aunque la niebla nos impida ver el futuro. Disfrutemos de ese metro de vida que ahora tenemos a nuestro alcance, y hagámoslo antes de que la niebla se disipe y comprobemos que más allá sólo está la nada.