OPINIóN
Actualizado 17/03/2018
José Ramón Serrano Piedecasas

Resulta indignante comprobar cómo los medios silencian las palabras llenas de humanidad pronunciadas por la madre del hijo asesinado, indignante el morbo, el regodeo, la cacería. El cinismo de unos señores diputados sacando tajada del sufrimiento humano, del sufrimiento de las víctimas, contando votos, apoyos, complicidades. Los mismos que no vacilaron en apoyar una guerra amañada, la de Irak. Esa que costó la vida de cuatrocientas mil personas. Un pérfido ejemplo entre otros muchos. Abominable quienes juzgan de antemano a las personas. Los que las juzgan y condenan o disculpan en función del color de su piel, género, etnia, riqueza, ideología, creencias. Tales opiniones son execrables.

Sobre el tema de los trastornos emocionales recuerdo haber escrito. No importa, viene al caso insistir El actual código penal entiende que existe culpabilidad si hay dolo. La psiquiatría forense tradicional concuerda con este postulado. La OMS no incluye como enfermedad mental los trastornos de la personalidad (afectivos). Hoy se sabe mucho más al respecto, al igual que las psicosis, los trastornos de la personalidad muestran morfologías cerebrales específicas, disminución de neuronas espejo en el lóbulo frontal y alteraciones bioquímicas en los neurotransmisores. O sea, que al igual que en una paranoia o esquizofrenia, las psicopatías también condicionan la "libre" decisión. Años atrás se quemaban en la hoguera a brujas y endemoniados. Con la Ilustración se dejó de hacerlo y se les consideró inimputables (enajenados) a los enjuiciados. Hoy se nos plantea el mismo dilema respecto a los psicópatas. Estoy seguro, que dentro de unas decenas de años se pensará lo mismo de nuestras irracionales leyes. Mis visitas a los presos de Topas me abrieron los ojos.

El gran tema, el que subyace a todo este discurso, es el de la libertad. ¿Somos libres o no? No nacemos libres, aprendemos a serlo. Muchos nunca tuvieron la oportunidad de aprender a serlo. La herencia genética y mimética es tan abrumadora en nuestras biografías que poco nos queda por escribir. Escribir en ese ilusorio libro en blanco con el que dicen nacemos. Me gustaría conocer las biografías de los ancestros de esa mujer homicida, los afectos y enseñanzas que tuvo en su primera infancia y su vida posterior como "pupila" de un bar de alterne. En todo caso, ninguno de los extremos averiguados atempera su extrema peligrosidad, pero sí su "maldad".

El Derecho penal, decía Franz von Liszt, 150 años atrás, es el derecho que asiste al culpable frente a la arbitrariedad de los poderosos y la venganza de los agraviados. Supremo avance civilizatorio. La pena es retribución, pero también reinserción del reo. Hoy sabemos de la plasticidad del cerebro, de su capacidad para construir nuevas rutas sinápticas y del control de las pulsaciones más inhumanas. ¿Seguiremos apostando por la selección natural? ¿Acaso las cadenas perpetuas no son más que formas encubiertas de eugenesia sociales?

Si creyéramos que la venganza aplaca al dolor, y restaura los derechos conculcados, entonces volvamos sobre nuestros pasos hacia la edad media. Volvamos a la picota, al potro, a la hoguera, al linchamiento y abjuremos de una de las mayores conquistas de la humanidad: la justicia y la humanidad en la imposición de las penas.

Termino haciendo la siguiente pregunta, cuándo el Sr. H. Truman mandó bombardear Hiroshima y Nagasaki, guerra ya ganada, con el resultado de 250.000 civiles muertos se debió: ¿a un brote sicopático del presidente o a su maldad intrínseca? O, ¿quizás, lo hiciera para reforzar el apoyo de los votantes? Me dirán que este ejemplo no viene al caso. Creo que sí viene al caso.

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