No sé si las gallinas son el animal más tonto, pero si no lo son les debe faltar poco. A pesar de su tontuna han ido superando pruebas y más pruebas que la evolución les ha ido poniendo, para terminar, muchas de ellas, metidas en una caja de alambre con el tamaño justo para poder mover la cabeza de arriba a abajo y alimentarse, y un agujero por dónde puedan salir los huevos que cada día van poniendo sin que sirvan para que la especie perdure.
Yo tengo unas cuantas gallinas, muy pocas, las justas para que los huevos que ponen, si no sirven para que perdure su especie, si sirven para que algunos miembros de la nuestra disfrutemos de ellos.
Mis gallinas son felices, en la medida que un ser tan tonto puede ser feliz. Viven en un gallinero protegidas del frío, la lluvia, las heladas o de los rigores del calor del verano. También disponen de un patio al que salen cuando quieren y escarban en la arena. No les falta el alimento ni el agua limpia.
Además son malas, perversas y vengativas, en cuanto ven a alguna compañera débil o con alguna herida por la que asome algo de sangre, se lanzan a por ella obligándola a buscar algún rincón del gallinero para ocultar su herida, pues si la ven la perseguirán hasta acabar con ella.
El orgullo es otra de sus características. Piensan que todo lo bueno del corral se debe a ellas. Se ha dicho siempre que los huevos de las gallinas se venden más que las de las patas, porque estas, cuando lo ponen, se retiran silenciosas del lugar, mientras que la gallina una vez puesto el huevo, lo cacarea con toda la potencia de su cuello, que estira hasta más no poder. Luego, mira al nido y si hay cuarto, cinco, seis?. huevos, piensa que todos los ha puesto ella.
Cuando limpio el gallinero y les repongo la comida y el agua, me miran con esos ojos que nada dicen, no muestran agradecimiento alguno.
¡Hay que ver cuánto se parecen, mis gallinas, a los hombres!