OPINIóN
Actualizado 07/03/2018
Andrés Barés

Que el relativismo surgió con fuerza para enfrentarse a la religión y a la moral cristiana lo sabemos, pero hoy su mayor lucha es contra el conocimiento científico. El último reducto que quedaba a salvo, estando la credibilidad del mismo en serio

El populismo y la demagogia, incluso la corrupción, relativizan todo lo que está en su contra, es decir la verdad, sin aportar soluciones o respuestas. Todos hemos sido víctimas de expresiones y respuestas, incluso en familia, tales como "eso no es tan fácil", "eres muy radical", "eres muy negativo", etc. Es decir, lo que en el mayor de los casos y siendo muy pero que muy perspicaces sería una conclusión final después de un argumentario travestido de argumentario para tapar la verdad.

El relativismo conduce al escándalo o la corrupción es la actitud o comportamiento que induce al otro a hacer el mal. Se baja el listón de lo que es correcto, verdadero, y se da por válido lo erróneo o lo que está mal. El que escandaliza o corrompe se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; y puede ocasionar a los demás la muerte espiritual o de su honestidad. El escándalo constituye una falta grave, si por acción y omisión, arrastra deliberadamente a otro.

El escándalo o corrupción adquiere una gravedad particular según la autoridad de quiénes lo causan o la debilidad de quiénes lo padecen. Jesucristo ya tocó el tema con está maldición: "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar".

El escándalo, o la corrupción, hoy causa del conocido por también por relativismo, es grave cuando está causado por quiénes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y a educar a otros. Puede ser causado por la ley o por las instituciones, por la moda y por la opinión. Así se hacen culpables de escándalo quiénes crean las leyes, condiciones o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres, o a "condicionantes sociales, que voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, y por ende ciudadana". Lo mismo ha de afirmarse de los que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que exasperan a sus alumnos, o de los políticos y periodistas que manipulan la opinión pública y la desvían de los valores morales y ciudadanos.

Con el relativismo hace acto de presencia la contradicción pues el paradigma relativista, que admite todo tipo de contorsionismos y planteamientos disparatados y aberrantes, en base a una falsa laxitud del conocimiento en todas sus hechuras, no admite a su vez ser cuestionado de igual a igual.

El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y corrupción, y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. Es imposible que no vengan escándalos; pero si a nadie se le permite envenenar las aguas, ¿puede considerarse libre y legal el envenenamiento de las conciencias?

Como hijos del azar hay que aprender a lidiar con él, pues los seres humanos no controlamos todo lo que nos sucede, aunque somos bastante dueños de nuestra respuesta ante el destino, normalmente. Por lo que la manera de comportarnos frente a las circunstancias depende de nosotros, aunque a veces el margen de elección sea mínimo, pero aun así siempre podemos escoger, y siempre podemos decidir en el mejor sentido.

Esa opción por ínfima que sea, es lo que nos hace libres dentro del caos. El bien y el mal están allí delante para que decidamos.

Schopenhauer afirmaba en unas de sus obras: "¡Cuán grande habrá de ser la repugnancia de las generaciones futuras que tengan que ocuparse del legado de una época en la que no han regido hombres vivos sino pseudohombres identificados con la opinión pública! Tal vez por ello nuestra época pasará a la posteridad más lejana como uno de los períodos más oscuros y desconocidos, por inhumanos, de la historia".

Resulta paradógico que el relativismo, que tiene su origen en el siglo V antes de Cristo, sea el icono de la psique posmoderna. Quienes cautivos, conscientes o inconscientes, lo han internalizado en su estructura mental son sus más cálidos defensores, también sus más firmes lacayos, prueba de ello es el arma reglamentaria de la que hacen uso en el fragor de la batalla de las ideas, las suyas

Tenemos que asumir la responsabilidad sobre nuestra existencia ante nosotros mismos con rectitud, humildad y respeto a los demás. Nadie puede construirnos el puente por el que hemos de caminar sobre la corriente de nuestra propia vida, a excepción de nosotros mismos.

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