Las perspectivas de cambio político que abriría una reforma electoral despiertan graves inquietudes entre los primates del bipartidismo español. Y más si a eso se añade la persistente tendencia bajista de la expectativa del voto de PP y PSOE. Por eso vemos que el Sr. Fernández Mañueco, alcalde, secretario del P.P. en Castilla y León y, al parecer, sucesor in pectore a Juan V. Herrera al frente de la Junta, clama ante sus juventudes: "quieren hacernos ciudadanos de segunda y llevarnos al cierre", "quieren humillarnos" los que pretenden reformar el sistema electoral.
Pero, alto ahí: si hablamos de echar el cierre no tenemos que ir muy lejos de su casa consistorial, Sr. Fernández: muchos comercios y hosteleros lo han hecho en los últimos años, lo mismo que en otras ciudades, y no digamos en los pueblos. Más allá, recordemos que en los últimos 40 años, desde 1977, Castilla y León ha perdido un 8 % de población, mientras el total de España ha crecido un 33 %, y su participación en el PIB nacional ha bajado del 6,1 al 4,9 %, siguiendo, por cierto, una tendencia secular. Y no hace falta recordar quién ha representado y gobernado esta comunidad casi ininterrumpidamente en estos 40 años. Con el actual sistema electoral.
Añade Fernández que la reforma electoral sería tanto como "romper la constitución". Y ahí se pasa un poco porque, más bien al contrario, es el sistema electoral vigente el que viola la constitución. Esta habla en su artículo 68 de "voto igual" y de "criterios de representación proporcional", siendo evidente que el sistema D'Hont de distribución de escaños (en el Congreso, los ayuntamientos y las los parlamentos autonómicos) prima a los partidos mayoritarios y perjudica a los demás, favoreciendo el marasmo bipartidista. No es proporcional, y menos aún lo es el sistema del senado. Además, la constitución habla de "una representación mínima inicial" por provincia, pero no fija cual sea. Y ahí es donde le duele a nuestro alcalde y líder in pectore, pues una posibilidad sería bajar la asignación mínima a cada provincia de dos a uno, con lo que el PP perdería peso en las zonas menos pobladas que son su feudo. (Nótese que aun así el sistema seguiría sin ser proporcional, aunque se acercaría un poco).
Para el PP y el PSOE podría ser letal la combinación de estos dos factores: una reforma electoral y una persistencia del voto a la baja, como se detecta en algunas encuestas, que ponen ya al bipartito por debajo del 50 % en expectativa de voto. Que los dos partidos mayoritarios compartan ese destino y ese canguelo no debería extrañar, pues, más allá de las apariencias, sus coincidencias programáticas en aspectos políticos básicos (por no hablar de otras cosas non sanctas) son considerables. Este es un punto que podría argumentarse ampliamente, pero, a título de ejemplo, solo citaré dos números, suficientes para el buen entendedor: 135 y 155. Y, al final, como dice el Quijote, todas las cosas de este mundo tienen su fin.
Es posible pues que en el futuro oigamos gritos estridentes en torno a la reforma electoral por parte de políticos del estilo de Fernández. Cuanto más se eleve el tono y más se apele a la sacrosanta constitución, más cerca estaremos, paradójicamente, de que se respete el espíritu de esta. Y de que se abran unas perspectivas políticas distintas, un poco menos asfixiantes, más limpias, con puertas más abiertas (no giratorias).