OPINIóN
Actualizado 28/02/2018
José Amador Martín

La ciudad en invierno tiene una apariencia totalmente peculiar, la música de Satie envuelve mis pensamientos? los árboles son trazos en el cielo? las calles con sus reflejos se hacen sueños de agua ? los edificios iluminados en ráfagas de sol son como un suspiro de vida en la ciudad gris? y los cielos por donde vaga la memoria? hechos desordenados, sólo armonizados con la mirada, que nos conducen a la melancolía de la ciudad.

Recorrer la ciudad, por las calles dormidas de la memoria, mientras un nido de besos se duerme en cualquier rincón?. Cerrar los ojos para no mirar por los cristales, para no ver la noche de los lobos negros, de las nubes negras, como muchedumbre atroz



El final del invierno se hace esa imagen de calles mojadas, de lluvia cayendo como rumor de tren con un olor difuso a carbonilla y campo. Febrero es un jardín, es una plaza en medio de la ciudad, al final de una noche, y la visión en fuga de unos soportales.

El cielo es negro y gris a ratos son cielos de luz en sus extremos, la luz de las farolas un resto amarillento. En la calle, bajo un golpe de lluvia, pasa febrero que es el invierno de los árboles que garabatean en el cielo, la hiedra calla y trepa por los muros mohosos y es sobrio y mudo su corazón de piedra, un mundo con sus infinitas extensiones de la melancolía, metáfora amarga del tedio



Más allá de la palabra sólo tejados, más allá de los tejados, ventanas signos para más tarde? a la ciudad de invierno, llega marzo, y con el llegará la primavera, mientras tanto sólo muros?nadie?sólo muros

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