OPINIóN
Actualizado 28/02/2018
Redacción

"Pepe San Agustín no llegó a la ACB, optó por hacer magisterio, pedagogía del baloncesto, transmitir los valores del deporte, que son los de la vida. Y en esto hizo carrerón"

Salamanca despide hoy a José Antonio San Agustín, Pepe. Un hombre del deporte. Un árbitro de baloncesto con una trayectoria de más de cuatro décadas sobre su cargada espalda. No era el mejor, aunque hoy tocara decir que sí.

Desconcertante, peculiar, de movimientos casi estrambóticos no siempre fáciles de interpretar, singular. No llegó a la ACB. No hizo carrera. Optó por hacer magisterio, pedagogía del baloncesto, transmitir los valores del deporte, que son los de la vida. Y en esto hizo carrerón.

Entusiasta del basket, del arbitraje, y de edad indescifrable, dirigió partidos a distintas generaciones, y supo cosechar el cariño y el respeto de padres e hijos con la misma intensidad.

No necesitó más medallas, reconocimientos ni homenajes que sentir el calor, la amistad y el cariño de las personas que le conocían, y por ello le querían. Una legión que ahora no se conforma con expresar su dolor y admiración. Y llevados, tal vez, por el fervor del momento quieren ver su nombre en la fachada de algún pabellón salmantino, de esos que tanto frecuentó (change.org).


Una iniciativa loable, porque implica reconocer el trabajo altruista y desinteresado; el amor por el deporte, frente al éxito de los ganadores. La gloria en el deporte no puede reducirse a títulos y medallas. Los campeones triunfan sobre los infatigables trabajadores (árbitros, entrenadores, organizadores, deportistas comunes, sin pretensiones), todos ellos inaccesibles al desaliento. Los primeros son importantes; estos, imprescindibles. Así que no les olvidemos. Hagamos valer la grandeza de la humildad.

Roberto Castellano Montero

Periodista

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