OPINIóN
Actualizado 18/02/2018
José Luis Puerto

Los terribles y bárbaros sucesos ocurridos estos días ?un episodio más, continuando con otros que ya han ocurrido en un pasado reciente? en una escuela estadounidense de Florida, donde un joven ¿enloquecido, marginado? ha asesinado, a través de continuadas ráfagas de fusil, a tres profesores y catorce alumnos, nos llaman la atención hacia una realidad que se vive en nuestro tiempo: la desprotección de la escuela.

La educación, la enseñanza, la instrucción, el acceso al conocimiento es uno de los logros sociales más importantes de cualquier sociedad humana y, al tiempo, una de las conquistas decisivas del ser humano, como mecanismo civilizador.

El ámbito de la escuela, sobre todo de la escuela pública, es el espacio en el que se representan todas las realidades y, al tiempo, los conflictos sociales. Hace poco, en todos los medios de comunicación, se aludía a que, en nuestro país y dentro de la enseñanza secundaria, el noventa por ciento del profesorado ha tenido que vivir y soportar algún episodio de violencia.

Las contradicciones y los conflictos sociales llegan a las aulas. El acoso escolar (y sus múltiples episodios y derivas) está a la orden del día. Pero no pensemos que hay solamente acoso escolar entre el alumnado; lo hay asimismo, aunque se silencia más y tiene menor repercusión, entre el profesorado. Episodios de agresiones sexuales entre menores de edad, como también han saltado estos pasados días a los medios de comunicación, nos hablan de que nuevos conflictos saltan a la palestra del ámbito educativo.

Y, sin embargo, la escuela (y llamamos así, generalizando, a todo el ámbito educativo no universitario) está necesitada de protección; una protección que ha de nacer, en primer lugar, del respeto: respeto de la sociedad hacia la labor educativa del profesorado, de los maestros (en nuestra sociedad, desde la transición hasta hoy mismo, parece que se decretó una "caza" a la tarea del profesorado, que ha generado no pocos de los problemas de nuestro sistema educativo), respeto mutuo entre alumnos y profesores, y respeto también entre el alumnado.

El respecto es, sí, uno de los mecanismos más eficaces de la protección. Pero también tal protección se logra con recursos educativos públicos (no pocos de ellos se han eliminado, con el pretexto de la crisis y de la política de recortes) que atiendan a la diversidad, a los alumnos con problemas, que proceden de familias llamadas desestructuradas y que, por tanto, requieren una especial atención y dedicación.

Y siempre tener en cuenta que, cuando acceden los alumnos al centro educativo, no todos lo hacen en igualdad de condiciones; unos lo hacen con un superávit (de atención, de posibilidades, pues sus familias cuentan con mayores recursos) y otros con un indudable déficit (familias con pocos recursos, con dificultades sociales y económicas, en riesgo de exclusión, etc.). Y todo esto ha de ser tenido en cuenta, ya que tiene una incidencia en la realidad social.

De ahí esa necesidad de protección de la escuela. El respeto de la sociedad hacia ella es una de las claves decisivas de tal protección. Como lo es también la valoración que ha de merecer a todos, como uno de los recursos más eficaces de verdadero bienestar social.

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