Atreverse a conocer nadando en aguas de seda,
la zanda que trenza voluptuosa,
el perfume de lo prohibido.
Aire fresco para nuestros cuerpos,
libidinosa llama,
alargando vacíos,
velamen inagotable,
de lo ilegitimo,
agónico
deseo,
flor
silenciosa,
que desea morir entregada al placer.
II
No hacía falta otra cosa,
ebrios de temblores,
libamos,
con ansiedad apasionada
el sabor de nuestra piel
¡Tanta vida oculta!
III
No supimos medir el tiempo,
ni los gritos del alma,
ni la luz oculta cada amanecer.
frente al espejo.
IV
Ahora quedan unas manos tendidas,
agónicas,
vacías,
níveas.
Transida tiemblo,
ante el grito desgarrado,
agitando mi respiración
V
Desnuda de caricias
apuro los recuerdos
te reinvento con color de tarde
paladeo la desnudez de tu cuerpo ,
adivino la brisa hechizando mis sentidos,
Y sigo preguntándome ante el viejo espejo,
si tu fantasmal presencia no se ha ido
VI
Solo queda sobre el diván,
un cofre repleto de estelas,
voces pervirtiendo el silencio,
esencia con aroma a jazmín,
que cada amanecer sueña con el retorno.
Isaura Díaz de Figueiredo