OPINIóN
Actualizado 07/02/2018
Manuel Alcántara

La vida es una cuestión de armonía, una búsqueda constante del centro de gravedad de las cosas. El equilibrio es asimismo un prerrequisito cuando se emprenden nuevos retos. Se valora a las personas con estabilidad emocional. También es un deseo de futuro: se buscan las relaciones y el empleo estable. Nada incomoda más que la incertidumbre para quienes planean llevar a cabo inversiones. Tener un fulcro supone resistir mejor, tranquiliza el avatar cotidiano. Hay personas que requieren apoyo permanente para balancear su existencia preñada de inseguridad y de zozobra, mientras que otras se especializan en ser lazarillos, en generar calma en su derrotero.

A finales del siglo XIX la construcción de un canal interoceánico en el istmo centroamericano se había vuelto perentoria. La compañía francesa de Lesseps, que había cosechado un éxito indudable en Suez, había fracasado en Panamá. A las dificultades técnicas y financieras se unía la disputa por el lugar de paso. La vieja vía de la Colonia, reforzada por la construcción de un ferrocarril, competía con otra propiciada por la compañía de Cornelius Vanderbilt que había ido abriéndose en el río San Juan, tributario del lago de Nicaragua. Los agentes promotores de sendas opciones se movían sagazmente. Al final, se impuso la certeza del riesgo que para la magna obra suponía la impredecible actividad volcánica de la zona. La apuesta por la bonanza del canal panameño se salvó con la simple evidencia del arco chato.

Ese arco era una anomalía arquitectónica en la tradición de edificios que habían ido incorporando a lo largo de siglos el arco romano, el visigótico o el mozárabe, todos de belleza singular. Sin embargo, en aquella iglesia de los dominicos en pleno casco antiguo de la ciudad de Panamá se había optado por una propuesta que, si bien estéticamente no era bella, resultaba funcional; el propio nombre lo denuncia: lo chato como contraposición a lo esbelto. Pero lo importante era su sentido trascendente. Su perdurabilidad a lo largo de más de doscientos años acreditaba que la zona estaba libre de sorpresas telúricas y que, al menos desde su testimonio, la inversión en el canal podía tener luz verde.

Los arcos son una excelente metáfora de la vida social, del significado de su propósito y del sentido de su estricta configuración. Aúnan cuestiones prácticas con otras de índole estético, coquetean con los materiales de los que están hechos, responden a criterios técnicos y a otros de uso. Los estudiosos del capital social los han utilizado terminológicamente para construir tipologías. Somos materia con la que edificamos construcciones sociales donde la argamasa es la confianza, el afecto, también el interés o el miedo. La búsqueda del equilibrio es constante. Como ese arco pueden llegar a tener finalidades no previstas inicialmente. Pero también están sujetas, como aconteció a aquel, a derrumbes inopinados. El arco chato se cayó en 2003, noventa años después de la inauguración del canal, posiblemente por el deterioro sufrido por el transcurso del tiempo, como sucede en las relaciones humanas.

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