OPINIóN
Actualizado 06/02/2018
José Javier Muñoz

Que la civilización occidental se desmorona es obvio. Sociedades como la nuestra, materialmente más ricas cada día, son cada vez más débiles anímica y mentalmente debido a que el integrismo marxista que viene pudriendo las raíces desde hace un siglo cuenta con la complicidad del nacionalismo fanático y el radicalismo islamista.

En cualquier sociedad politizada existe un porcentaje significativo de elementos fanáticos y radicales, que constituyen una eficaz herramienta al servicio de políticos sin escrúpulos. Son los mismos que hablan de derechos ciudadanos y claman el no a la guerra mientras desprecian las libertades y promueven los conflictos.

La amenaza de ruina no puede ser contrarrestada porque la capacidad de reacción está neutralizada socialmente. El control de las conciencias, lo que hasta principios del siglo veinte venía haciendo la Iglesia, lo ejerce actualmente el comunismo.

Los antiguos mandamientos (algunos de ellos surrealistas y nunca cumplidos) han sido sustituidos por los mandramientos de una jaleada democracia que no respeta el voto de la mayoría, por el progresismo retrógrado, el anticapitalismo, la libertad unilateral de expresión, el pacifismo de los escraches, el ecologismo paranoide, el culto a la mediocridad, el feminismo, la igualdad de género y lo políticamente correcto. Antonio Escohotado escribía recientemente que, hasta hace poco, "lo políticamente correcto evocaba condescendencia antes que alarma, porque parecía más cursi que orwelliano".

La conciencia (el ámbito más libre, intransferible e inviolable de un ser humano) se ha convertido en el campo de batalla preferido para anular a los nuevos transgresores, los pecadores que discrepamos de los dogmas de la nueva religión.

Los individuos no somos inculpados o exculpados en función de lo que hacemos, sino de lo que decimos o se supone que pensamos. El cielo y el infierno, el palo y la zanahoria derivados de cumplir o imcumplir los nuevos mandramientos, conllevan la gratificación o la denigración pública en la medida en que se acaten los cánones de la izquierda. ¿Cómo afrontar el panorama? La receta de Escohotado me parece genial: "Armémonos de paciencia e ironía".

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