OPINIóN
Actualizado 02/02/2018
Redacción

Por una vez tiene razón el diputado separatista Gabriel Rufián, al parodiar el célebre microrrelato del escritor Augusto Monterroso: "Al despertar ?ironiza?, el independentismo seguía allí".

Efectivamente, la aparente victoria (¿pírrica?) de la ley, de la Constitución y del sentido común no ha acabado ni muchísimo menos con el monstruo (siguiendo el símil de Rufián) independentista que hasta ahora ha destruido todo cuanto ha tocado sin otorgar a los ciudadanos catalanes nada bueno a cambio.

Si durante 35 años (por establecer una fecha no tan arbitraria) se ha creado un monstruo colectivo de desafección institucional, de ilegalidad contumaz, de falseamiento repetido de hechos históricos, de manipulación de conceptos, de adoctrinamiento educativo, de información tendenciosa y de odio a todo lo que se oponga a ello, no bastan 35 días para revertirlo.

Y no me corto un pelo al afirmar algo que conozco de primera mano y que de alguna manera permití (como tantos otros) que sucediera ante mi perpleja y desconcertada mirada.

La aparente vuelta a la legalidad democrática, propiciada por la aplicación temporal del artículo155 de la Constitución, ni es una victoria del Gobierno (pobrecito), como algunos dicen, ni mucho menos de un Mariano Rajoy, desnortado desde hace tiempo.

Lo único realmente operativo ha sido la intervención de las cuentas de la Generalitat y, en consecuencia, el frenazo en la malversación de fondos públicos para sufragar con ellos un gigantesco proceso de secesión ("embajadas" incluidas) así como los bolsillos particulares de muchos de sus agentes.

Por lo demás, el adoctrinamiento sigue, la desinformación también, el apoyo de instituciones públicas y de ciertas administraciones se mantiene y, lo que es más importante, también el odio a España, a los españoles y a todos aquellos otros catalanes que no manifiesten estos sentimientos.

Por eso, no nos engañemos: necesitamos un didáctico y pacífico "contra procès" de al menos otros 35 años, en el que las futuras generaciones se instruyan en los conceptos democráticos de libertad, igualdad y fraternidad; es decir, en el respeto a las ideas de los demás y hacia las personas que los manifiesten. Si no, el monstruo totalitario e intolerante del independentismo volverá a rugir de nuevo, y esta vez quizás llevándose por delante todo aquello que encuentre a su paso.

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