Salamanca, 25 de enero de 2018.
Este artículo va dirigido a todos los padres y a todas las madres del mundo, pero a aquellos que ejercen como tal. A los que tienen hijos biológicos, y se encargan de ellos, porque los hay que lo son y no lo hacen. Y a los que tienen hijos adoptados, bien legalmente o bien por unión sentimental con una pareja, porque los hay que no tienen nada que ver con ellos, y los tratan como si fueran suyos. Es decir, que va dirigido a los que son padres de verdad (entendiendo el término padre para el género masculino y femenino, por eso de la economía expresiva, no por discriminación ni mucho menos). Y padres de verdad, son aquellos que cumplen todas las funciones que implican el cuidado y la educación de un hijo, día tras día, con sus noches incluidas.
Normalmente, uno no se da cuenta de las cosas hasta que las vive, o si se da cuenta, no piensa que sea para tanto. Y eso es lo que me ha ocurrido a mí con esto, que hasta que no lo he vivido en mi propia piel, con el nacimiento de mi primer hijo, hace ahora ocho meses, no he pensado realmente todo lo que hace un padre por su hijo, aunque el primer mes ya lo tenía bastante claro.
Todo comienza ya antes de nacer, con el embarazo, aunque aquí quien lo sufre solamente es la madre, porque el padre se limita más bien a hacer que le sea a ella lo más llevadero posible, que a veces es también una difícil tarea, dicho sea de paso. Aunque nada comparado con tener que aguantar mareos, náuseas, malestar, pérdida de apetito, acidez, dolor de espalda, somnolencia al principio e insomnio al final, entre otras muchas. Es decir, que ya antes de tener vida, una madre tiene que aguantar una serie de cuestiones bastante insoportables en su mayoría. Cuestiones que culminan con el parto, ese momento final, en que hay tanto dolor seguido hasta que se da a luz. Todo un proceso desde que empieza hasta que acaba que ha conseguido que admire a las mujeres por ser capaces de hacer algo así, y más todavía por querer repetir. A veces me pregunto qué sería de la especie humana, si el embarazo lo tuviera que soportar el hombre. Si fuera así quizás no estaría yo aquí escribiendo esto, ni tú ahí leyéndolo.
Una vez nacido, comienza esa etapa de sentimientos tan contradictorios, en que una misma persona es capaz de sacar lo mejor y lo peor de ti, en algunas ocasiones incluso ese cambio ocurre de un segundo para otro (de "eres lo mejor que me ha pasado" a "te tiraría por la ventana" hay solo un paso). Esa etapa en que comienza la difícil tarea de ser padre, y me atrevo a decir, que es la tarea más difícil que puede tener cualquier persona en toda su vida. En primer lugar, porque desde ese momento se terminó lo más preciado que tiene una persona, que es el tiempo y la libertad, la de entrar y salir de casa cuando se quiere, la de poder viajar, la de salir de fiesta, la de poder quedarse en la cama un rato más, y la de simplemente, hacer en cada momento lo que más apetece. Tu tiempo ahora está condicionado a su tiempo, porque el tuyo ahora es hacer lo que quiera tu bebé.
Estos primeros meses en que come y duerme cuando tiene ganas, y no en los horarios que a ti más te conviene, por mucho que te empeñes, en que tus horarios de trabajo y de vida siguen siendo los mismos, pero ya no duermes igual, ni parecido, y hace que te tires noches desvelado, con sus correspondientes días dando tumbos por todas partes. Estos primeros meses en que se te junta todo lo que tienes que aprender, de lo que no tenías ni idea, en que te surgen mil dudas en cada momento, y que cada persona te da una respuesta distinta que hace que te líen más. En los que oyes llorar y cuando crees que ya sabes por qué es, tu solución no es la que creías, y consigue agobiarte por no dar con ella. Estos primeros meses en que te llegas a desesperar una y mil veces, en los que tu vida ha cambiado radicalmente de un momento para otro, y que tantas veces recuerdas aquello que te decían antes de nacer de "prepárate para no dormir y para no hacer vida", en que tú contestabas "no será para tanto". Pero sí lo es, para tanto, y para más todavía. Uno nunca se espera la inmensa cantidad de consecuencias que conlleva tener un bebé, y que supone veinticuatro horas de cuidados, siete días a la semana, una semana tras otra.
Y a la pregunta de cuándo es un buen momento para tener un hijo, la respuesta es nunca. Nadie puede estar preparado jamás para que le quiten su libertad, su tiempo y su vida. Habrá momentos en que sea más conveniente que otros, eso no lo discuto, pero es imposible que alguna vez sea un buen momento para desempeñar la tarea más difícil del mundo.
Contado todo esto, quiero dar las gracias a todos los padres que ejercen como tal, porque uno no se da cuenta de lo que han hecho por sus hijos hasta que no lo ha vivido, y eso que yo hasta ahora solo conozco los primeros meses, pero ya es suficiente para hacerme una idea, y según me comentan el esfuerzo y sacrificio va aumentando con los años. Gracias de corazón por todo lo que habéis hecho por nosotros desde antes de nacer, porque esto no tiene precio, y solo se puede justificar por el enorme sentimiento que te crea un hijo, que realmente te hace ser capaz de aguantar cualquier cosa. Gracias especialmente a los míos, porque hasta ahora nunca me había parado a pensar que las cosas no se hacen solas, que detrás de cada paso que he dado en la vida estabais vosotros.
Posdata: Hoy he querido hablar del enorme trabajo que supone ser padre, pero un hijo aporta millones de cosas positivas. Y todo esto que he contado, se olvida con una mirada, con un gesto, con una sonrisa, y sobre todo al escuchar una carcajada de tu bebé, sin duda el sonido más bonito del mundo, ese que hace que mi corazón sienta un cosquilleo maravilloso cada vez que escucho reírse al mío.
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