OPINIóN
Actualizado 25/01/2018
Redacción Bracamonte

«Quien sabe hablar, sabe también cuándo ha de hacerlo»

Cita atribuida a Pitágoras

A lo largo del año asisto a multitud conferencias relacionadas tanto con mi ámbito de trabajo como con mi preocupación por el desarrollo de diversas áreas culturales que considero esenciales. Por desgracia, si comparten conmigo esta afición ?probablemente? se habrán dado cuenta, existe un tipo de individuo que suele encontrarse presente en todas ellas. No importa si el acto transcurre en un pequeño salón de eventos, en un reconocido centro universitario o, incluso, en el mismísimo Ateneo de Madrid (por el que han pasado ilustres como don Miguel de Unamuno, entre otros), nuestro personaje se hallará allí.

La clase de persona de la que les hablo respeta el tiempo de intervención del ponente tras el que ?generalmente? se abre un turno de interpelaciones y, en ese preciso instante, llega su momento. Es entonces cuando nuestro protagonista ?aprovechando la educación y cortesía del moderador?, lejos de dirigir una pregunta al conferenciante, inicia su particular lección magistral. En los casos más extremos el deseo irrefrenable de pronunciar su discurso ante los asistentes provocará que no reaccione a los intentos de cese de quién arbitra el evento. De tal forma que la intervención se prorroga hasta que, literalmente y con mayor o menor resistencia, algún miembro de la organización toma la decisión de retirarle el micrófono.

Ante estas escenas ?que suelen empañar la brillantez del verdadero protagonista? el público muestra expresiones de distinta naturaleza, desde las personas avergonzadas que fijan su mirada en el suelo, pasando por aquellas que niegan con la cabeza, hasta las que no pueden contenerse y deciden verbalizar su sentimiento con una frase: "perdone, no he venido a su conferencia".
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