OPINIóN
Actualizado 25/01/2018
Juan José Nieto Lobato

Asegura Toni Nadal, en su libro "Todo se puede entrenar", que mientras otros preparadores hacían lo posible por facilitarle la vida a sus pupilos él siempre se dedicó a lo contrario, a generar incomodidad en su sobrino, molestias que anticiparían las numerosas adversidades que, a buen seguro, tendría que afrontar.

Así, ante todo lo que dependía de Rafa le demandaba responsabilidad y, frente a todas aquellas circunstancias que se escapaban de su esfera de actuación, aguante, resistencia.

No, no iría a buscar otras pelotas a la tienda del club porque las de entrenamiento estuvieran más peladas de la cuenta ni dejarían de entrenar por alguna ligera molestia estomacal o muscular. ¿Acaso no podría surgir también en medio de la competición? ¿Abandonaría por ello?

Es posible que el entrenamiento de un campeón como Rafa Nadal rebase las fronteras que podemos imaginar para contextos menos ambiciosos. Es cierto, en su caso se daban muchos condicionantes para terminar siendo un deportista profesional, aunque no necesariamente uno de los tres mejores de toda la historia del tenis.

Creo que un objetivo válido, con independencia de las expectativas reales de éxito a medio y largo plazo, es tratar de alcanzar nuestro techo particular, empujándolo cada día unos centímetros hacia arriba, un poquito más cerca del cielo.

Aquí el deporte tiene que alzarse firme frente a la imposición de los nuevos tiempos, la tan denunciada "infantilización" de la sociedad y una educación que, tanto en la escuela como en el seno familiar, ha renunciado a la exigencia, se ha rendido ante un nuevo concepto de humanismo que nos sitúa, no ya solo en el centro del universo, sino como receptores naturales y necesarios de toda suerte de agasajos y lisonjas.

Aquí, el educador deportivo debe imponer su discurso, no ceder ante las modas autocomplacientes y conformistas que niegan el fracaso, la enfermedad o la muerte dejándonos huérfanos de respuestas cuando la vida, en su más feroz y tenaz realismo, termina actuando.

Es nuestra misión formar individuos autónomos, que encuentren la motivación en su interior (no en las fotos que les van a sacar, lo bien que le queda el uniforme del equipo, lo socialmente relevante que es jugar en tal o cual club), que asuman sus cuotas de responsabilidad y que no se rindan nunca, ocurra lo que ocurra. Hombres y mujeres que se entreguen con honestidad en su tarea, la que sea, que no nieguen el error y, al contrario, lo asuman y aprendan de él.

Aquí el deporte tiene que ser un acicate, un azote constante en el envío de mensajes de este tipo, en la demanda y la exigencia continua, por encima de los límites que nos autoimponemos ante umbrales mínimos de dolor, pensando de manera equivocada que el estado acudirá para rescatarnos en medio de una nevada, que nuestros padres vivirán toda la vida y que, en el peor de los casos, se hará justicia y se restituirán esos derechos que tanto costó lograr y que tan vulnerables y limitados nos han vuelto.

Apunten a sus hijos a algún deporte y permitan que les exijan aun cuando interpreten en sus ojos dolor o fatiga. Más duele la vida. Mejor estar preparados.

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