OPINIóN
Actualizado 23/01/2018
Francisco Delgado

El cine ha estado presente, dejando una impronta decisiva, en todas las etapas de mi vida. Muchas de ellas en Salamanca.

Cuando hace unos días volví a tener una muy positiva experiencia en un cineclub de esta capital- la sala llena para ver una gran película, un público muy interesado en el buen cine, un coloquio posterior lleno de curiosidad y buen sentido- recordé tiempos pasados de mi juventud universitaria, con un cineclub que nos formó a todos en discriminar el buen cine, el cine artístico, del comercial y en valorar este arte para toda la vida. Lo recordábamos con añoranza mi buen amigo Pedro Méndez, del Casino salmantino, organizador de este cine club y de otros valiosos eventos, los dos "marcados" por aquel cine club universitario de nuestra juventud. Y en nuestra conversación salió- ¿cómo no?- nuestra experiencia cinéfila en la infancia, también salmantina, en "los Koscas"- viendo películas de indios, "Marcelino, pan y vino", o la "Molokai" del padre Damián.

Tres etapas de la existencia con tres descubrimientos esenciales para nuestras vidas: el descubrimiento en la infancia del poder de la imaginación, en esos años viendo "El Zorro" y demás héroes del Oeste americano. El descubrimiento en nuestra juventud de que hay que formarse en historia y técnicas cinematográficas para saber elegir y disfrutar del buen cine. Y por fin, el descubrimiento en esta tercera edad, de que el Arte es uno de los grandes pilares de bienestar y orientación en la vida.

Ese fue el motivo por el que el otro día, y muchos otros, una buena película seguida de un coloquio convoque a tantas personas, maduras y jóvenes, que han tenido la suerte de una sólida formación cultural, aunque a esta la acompañara una rígida disciplina, como unos pocos recordaban en la conversación improvisada después de la sesión de cineclub.

Aunque suene un pensamiento extraño en la actualidad, algunos somos conscientes de la necesidad y el valor de una cierta disciplina (que no tiene que ser excesiva) para que el método esté presente en las tareas de la vida, incluso en los ocios que nos la dulcifican. Ningún aprendizaje, de ninguna materia, está exento de una cierta disciplina; ni laboral, ni artística, ni siquiera deportiva. Ni siquiera para saber elegir el buen cine y disfrutarlo.

¿Quién nos iba a decir que los que éramos jóvenes en aquellos duros años 50-60, medio siglo después íbamos a reivindicar la disciplina, como uno de los valores necesarios para una vida sana y creativa?

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