OPINIóN
Actualizado 18/01/2018
Juan José Nieto Lobato

No es difícil imaginar por qué a un niño puede emocionarle la idea del Dakar. Las imágenes de las pequeñas máquinas inventadas por el hombre recorriendo el vasto desierto o los altiplanos andinos estimulan la imaginación y amplían sus miras del mismo modo en que lo solían hacer las lecturas de Verne o Stevenson. Al fin y al cabo, este raid de origen y esencia africanas recuerda en su génesis y desarrollo a las apuestas que los aristócratas británicos realizaban en el marco de aquellas sociedades científicas en las que pasaban las tardes tertuliando y jugando al bridge.

Alcanzadas todas las fronteras terrestres y marítimas, recorrida ya hasta la última pulgada del planeta Tierra, los aventureros de hoy en día encuentran un nuevo reto en hacer lo mismo más rápido o de forma más espectacular. Los desafíos relacionados con el alpinismo, una vez coronadas todas las cumbres, tienden a dificultarse para ver incrementado su contenido épico. Lo mismo sucede en cada intento de vuelta al mundo y en cada ultramaratón: la satisfacción reside en traspasar los límites, en trasladarlos unos palmos más allá para mayor gloria del hombre y su insaciable voracidad.

Pero se trata de unos pocos elegidos, de seres investidos de un valor que roza la inconsciencia, de una resistencia a prueba de toda lógica. De ahí que la brecha entre aventureros y espectadores sea tan amplia y tan difícil, por ello, la labor del cronista. A pesar de los avances en las telecomunicaciones y la informática, que posibilitan que la información llegue en tiempo real a nuestras casas, la verdadera dificultad reside en poder transmitir el "absurdo" de jugarse la vida entre las dunas, sin levantar el pie del acelerador, o seguir adelante con varios huesos de la muñeca rotos, cuando inmersos en el péndulo de la cotidianidad, son otros valores, muy distintos, los que triunfan.

En la ignorancia, en la incapacidad para comprender el fondo de un sentimiento tan hondo hacia la aventura, surge, a pesar de todo, la admiración. Cada herida, cada fractura, incluso cada amigo fallecido en el terreno, llenan de sentido la vida de los herederos de Amundsen, Scott o Hillary y eso cualquier ciudadano de a pie lo sabe. De ahí que en enero siga siendo una cita imprescindible revisar, hacia el final de la jornada, lo que han hecho los pilotos por el Atacama, en las estribaciones de los Andes o en el salar de Uyuni, en esa inmensidad de tierra que el hombre visita anualmente para desafiar al planeta solo, ya lo saben, "porque está ahí".

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