OPINIóN
Actualizado 17/01/2018
Juan Antonio Mateos Pérez

Se acaban de cumplir cien años de una de las obras más sublimes del pensamiento religioso, de la obra de R. Otto, Lo racional y lo irracional en la idea de Dios (1917). Rudolf Otto (1869-1937) y al rumano Mircea Eliade (1907-1986), son posiblemente los mejores que han expresado el contenido y significación de lo sagrado, cuando se publica la obra de Otto en 1917, causará un gran impacto cultural. En el ideario de las religiones no entraba el carácter irracional de la misma. La idea de Dios, el súmmum de lo religión, lo absoluto, bello y bueno, debería ser acotada en parámetros racionales. Heidegger tomará buena nota de esta pequeña obrita, proyectando su concepto del ser como una secularización de lo sagrado.

El centro de la investigación de Otto es la experiencia religiosa, la cual constituye lo que es más genuino y más religioso en los diversos universos religiosos. La tesis de Otto, consistía en rescatar la categoría de lo sagrado, para convertirla en una categoría autónoma, más allá de la esfera de lo ético y racional. Acude al término de lo "numinoso"; con un doble carácter, por un lado, mysterium tremendum, lo que asusta y estremece al ser humano, es lo "totalmente diferente", que no coincide con el hombre, ni el mundo. Por otro lado, es lo fascinante, como algo atrayente y cautivador, su presencia hace dichoso. Ambos aspectos, están indisolublemente unidos, juntos constituyen el contenido de lo sagrado o lo santo, que para Otto, sería el "auténtico fondo" de todas las religiones.

Los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud), comentaban, incluso de manera airada, que sin muerte, no habría religión, ésta se había conseguido a base de promesas de inmortalidad. Frente a la indigencia y precariedad de la religión en ellos, que veían en ella un calmante de efecto pasajero, o la adormidera que no podía curar, sino que esclavizaba a los hombres con una hermosa cadena. Para Rudolf Otto, la religión no brota de la Bedürfnis, de la indigencia y precariedad, sino de la Erlebnis, de la experiencia, de las vivencias. Por lo tanto, no es una proyección humana, es algo más que percibir el eco de la propia voz, sino un hecho objetivo en el que alguien se encuentra con Alguien, o al menos, con Algo. Otto interpreta el a priori kantiano de forma empírica, existencial y emocional, habla de "inquietos tanteos", por tanto en su obra no se excluye absolutamente la razón.

La irracionalidad de lo religioso no solo era un a priori para los maestros de la sospecha, la propia Ilustración realiza un juicio negativo sobre la religión, aunque Kant lo suaviza dándola una racionalidad puramente ética. Este ambiente influye en pensadores como Herder, Schleiermacher, Constant, etc. Para Herder, el verdadero órgano del conocimiento es el sentimiento, de modo que el saber científico de lo sagrado saca su originalidad no de la referencia a una razón universal, sino de la experiencia vivida, irracional y contingente. En Schleiermacher, religión no es explicación del cosmos ni indagación de la verdad absoluta, sino expresión de la emoción del sujeto sorprendido ante la globalidad del ser. Constant, piensa que la religión es un instinto natural arraigado en la naturaleza del hombre, un gran grito del alma, con connotaciones artísticas y políticas.

La propia teología católica, en algún momento de su historia, ha colaborado, aunque en menor medida, en el afianzamiento de la convicción de que religión y razón son magnitudes que se oponen. La teología católica ha insistido en la accesibilidad de una serie de "verdades religiosas" para la razón natural, pero también ha reaccionado negativamente a cualquier intento de la razón humana por comprender el hecho religioso en lo que éste tiene de positivo, exigiendo de forma frecuentemente indiscriminada la iluminación de la fe para cualquier tipo de comprensión de las "verdades reveladas".

Rudolf Otto hace un fuerte subrayado en la experiencia de lo sagrado, interpretándolo de forma empírica, existencial y emocional. Comenta en su obra de "presentimientos instintivos", de "inquietos tanteos", de "deseos vehementes" y, finalmente, de "instinto religioso". Se arrima al hombre, le interesan sus sentimientos, sus experiencias, sus vivencias, sus presentimientos, sus emociones, etc. Se propuso estudiar lo "racional y lo irracional en la idea de Dios", pero parece que triunfa lo irracional, ambos están entremezclados. De todos modos, hay que decir, que Otto atestó un duro golpe a la trivialización de los sentimientos religiosos. Quien viva ese sentimiento como lo describe Otto, su experiencia es algo mucho más profundo que ese "aguardiente cristiano" del que habla Feuerbach. Lo irracional preserva a la religión de convertirse en puro racionalismo, y lo racional la preserva de descender al oscuro infierno del fanatismo. Tal vez, podemos preguntar a los grandes buscadores de Dios: Agustín, Tomás, Lutero, Pascal, san Juan de la Cruz, Kierkegaard o Unamuno.

En este sentido habrá que decir que Lo Santo o lo sagrado, representa sustancialmente una realidad suprema sin parangón con las cosas mundanas, pero que hace al mismo tiempo que éstas puedan ser tenidas también por sagradas porque reciben de ella una configuración y significación especial. Surge así el mundo de lo sagrado reconocido en la historia de las religiones como el conjunto de objetos, tiempos, lugares, instituciones y personas configuradas como tales. En esta línea se expresa M. Eliade y G. van der Leeuw, hablan que lo sagrado transciende a este mundo, pero se manifiesta en él, lo santifica y lo hace real. Así lo entendió también Wittgenstein: Lo inefable (aquello que me parece misterioso y que no me atrevo a expresar) proporcionará quizá el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo pudiera expresar

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