El día 15 de mayo de 1981, en el estado Parc des Princes, en París, el rey del fútbol, Pelé, recibió el título de "Campeón del siglo", en medio de una cerrada ovación de cuarenta mil espectadores. Después, en una entrevista, nos dejó estas hermosas palabras:
"Los hombres están cada vez más lejos de Dios. La religión está siendo colocada en un segundo plano. Los hombres buenos, que pueden hacer alguna cosa y cambiar esta situación, están con miedo. Vivimos en un mundo peligroso y esto me asusta. Y todo porque los hombres están lejos de Dios".
Que no tiemble vuestro corazón: creed en Dios y creed también en mí? Creed en Dios y creed también en mí (Jn 14, 1-6).
El mismo Jesús, nos dicen los Evangelios, la noche de la Pasión, en el huerto "sintió miedo". Nuestros mayores miedos radican en el futuro, en afrontar lo desconocido: enfermedad, trabajo, conflictos, la inseguridad? Jesús, como sabe de los grandes estragos que causa el miedo, nos repite como a los discípulos: "No tengáis miedo". Y les da la solución: creed en Dios y creer en mí.
La fe no quita los miedos por arte de magia, pero sí, los ayuda a iluminarlos, a solucionarlos y a dar fuerzas para vencerlos.
Todos tenemos miedo. Miedo a la técnica sin alma de este nuestro siglo XX. Miedo de que la poca felicidad que tenemos, se nos escape de las manos. Miedo a la enfermedad de los nuestros. Miedo a que nos roben, a que hablen mal de nosotros. Miedo al futuro, al fracaso, a la muerte. Miedo a nosotros mismos. Miedo a perder la poca esperanza que tenemos. Miedo a que nos abandonen y nos trague la maquinaria fría y sin corazón.
Es cierto que hay muchas personas que están lejos de Dios y que, a veces, los buenos se dejan contagiar del miedo. Pero también es cierto que hay mucha gente buena, lo oía decir desde que era niño. No se pueden contar tantas personas que pueblan nuestras ciudades. Las hay de todas las clases, profesiones y colores, del norte y del sur, casados y solteros? Nos asombraríamos de la cantidad enorme de gente buena que hay a nuestro alrededor, si aguzáramos un poco la vista, si supiéramos ver la bondad de cada corazón humano.
No, no es fácil ser bueno. Nunca lo fue y hoy tampoco se presenta fácil. Hay muchas dificultades que nos salen al paso. Está por ejemplo la prisa y la aceleración que nos manejan en todo momento, a pesar de todos los cursos de relajación y Centros de lentitud. La bondad es lenta, es honda y hoy, desgraciadamente, estamos educados para correr sin saber adónde. La bondad queda descartada.
Y es curioso constatar cómo buena parte de la gente goza de todo y tiene seguros para todos los riesgos posibles. Sin embargo, muchas personas se sienten inseguras, con miedo, desesperadas, solas y abandonadas a su suerte y no encuentran sentido a sus vidas. Los medios de comunicación no son portadores de buenas noticias, los pronósticos económicos son alarmantes, el futuro se presenta oscuro y amenazador. Y como resultado, nos ponemos tensos, la respiración se nos vuelve fatigosa y el miedo nos paraliza. Vivimos a medio gas. El mismo Jesús que exhortó a los discípulos a creer, a no temer, nos invita en estos momentos a confiar en el Padre.
Aunque algunos afirman que Dios nos ha abandonado, que sólo queda su sombra, quien tiene fe sabe que el Padre camina con nosotros, que no se ha marchado de nuestras calles y plazas. Aunque una madre pudiera olvidar a sus hijos, Dios jamás lo hará (Is 49, 15).
Cuando nos ponemos en las manos del Padre, todas las pruebas -desgracias, enfermedades, contrariedades, hasta la misma muerte- serán incapaces de apartarnos de creer, de amar y de esperar en Él. Este creer que somos sus hijos, que estamos en sus manos, agarrados fuertemente a Él, es lo que nos lleva a curar las heridas del pasado, a no vivir angustiados por el futuro y a vivir la única realidad que tenemos: el presente. Casi todos nuestros problemas podrían reducirse a falta de fe, de esperanza y de amor.