OPINIóN
Actualizado 11/01/2018
Juan José Nieto Lobato

No sé si soy yo o si es mi circunstancia. O si se trata de ti y de tu nueva forma de ser. Lo cierto es que antes éramos compañeros inseparables, tanto a diario como los fines de semana, y ahora apenas me alteran todas esas noticias que me cuentas a modo de titular. En fin, estoy seguro de que no padecerás por mi indiferencia, hay tantos otros que siguen halagándote, tanta gente dispuesta a pasar frío o invertir todos sus ahorros en ti y en todos esos que te utilizan sin que te des cuenta, que yo soy la menor de tus preocupaciones, una contingencia que no te alejará de tu imparable camino.

Y no soy el único. Muchas veces, en torno a un café o varias cervezas, tus antiguos amantes nos juntamos para confesarnos esa progresiva desilusión, la pérdida definitiva de toda esperanza de que regreses a ese estadio de inocencia e ingenuidad, de amateurismo, que abandonaste empujado por las inexorables fuerzas de quienes vieron en ti una suerte de gallina de los huevos de oro. Había mucho de ignorancia en nuestra mirada, pero estamos convencidos de que también era más puro el objeto, que tu superficie estaba menos maleada y más limpio tu interior.

Poco a poco te fuiste desprendiendo de muchas de las cualidades que te hacían atractivo a nuestros ojos: los jugadores de la casa, las señas de identidad de cada club, los partidos a las cinco, seguidos por transistor. Empezaste a morir el verano del 96, con el mal uso de la ley Bosman y los apelativos grandilocuentes con los que empezaron a referirse a tus competiciones (eso sí, La Liga de las Estrellas es un nombre bonito comparado con el de ahora). En fin, puedo entender eso de los signos de los tiempos, las fuerzas del mercado, lo puedo comprender todo y al mismo tiempo afirmar lo que te llevo tres párrafos queriéndote explicar: que ya no me gustas.

Tal vez no sea más que un ataque de nostalgia, la manifestación del deseo de que el tiempo se detenga para que no se consuman la juventud, el entusiasmo y aquellos sentimientos que experimentamos los primeros meses de una relación. Quizá todo cambiara si los ahora escépticos regresáramos a la infancia. Puede que en ese caso nos hiciera gracia el patrocinio de los bancos y de las casas de apuestas ?prohibidas por ley cuando éramos pequeños, cuando el monopolio del juego lo ejercía el estado y todos jugábamos a la quiniela?, el sensacionalismo con el que se abordan noticias que no tienen nada que ver con lo que sucede en el terreno de juego. Y, sin embargo, por el motivo que sea, ya no cuentes conmigo para pasar frío en el estadio u hora y media frente al televisor. Insisto, no sé si soy yo o si eres tú. Pero vete, y pega la vuelta.

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