OPINIóN
Actualizado 11/01/2018
Juan María de Comerón

Salamanca, 11 de enero de 2018.

Hay años que pasan por la vida de uno sin pena ni gloria, años que no serán recordados absolutamente por nada, porque no ha habido ningún hecho reseñable, y las cosas siguieron igual que estaban. Y hay años que lo cambian todo, que marcan un antes y un después en tu vida, y eso es sin duda, lo que me ha ocurrido a mí en el 2017. El cual recordaré para siempre, porque hasta ahora ha sido el que más me ha marcado por diferentes circunstancias.

Este año que acaba de terminar ha sido aquel en el que he experimentado sensaciones completamente nuevas, una de las peores que se puede tener, como es la muerte de un padre, y una de las mejores, como es el nacimiento de un hijo. Aunque en este caso, han sido tres los hijos que he tenido, cada uno con una sensación diferente.

Desde mi punto de vista la felicidad de una persona la sustentan cuatro pilares: la familia, los amigos, la pareja y el trabajo, y además por ese orden, como señala Carlos Polo. Y por ese orden es por el que voy a hablar de los cuatro pilares de mi felicidad, porque todos ellos han tenido cambios sustanciales.

En la familia, hemos sufrido la pérdida de mi padre, algo esperado dada su enfermedad, pero ni mucho menos fácil de llevar una vez ocurrido, aunque sí que es verdad que hacerse a la idea con tiempo es más llevadero. El sentimiento de algo así provoca un vacío imposible de llenar con nada, porque padre solo hay uno, y he necesitado que se fuera para darme cuenta de lo necesario que era en mi vida. Con eso he aprendido, entre otras cosas, que nunca hay que dejar de decir lo que se piensa, porque han sido muchas las que no le dije, y por lo que hoy me arrepiento. Así que incluso sin estar, me ha seguido enseñando cosas.

En la amistad, he experimentado nada menos que lo mejor que te puede ofrecer un amigo, que es que confíe en ti el cuidado de su hijo, porque mis mejores amigos, han querido que sea el padrino de su primera hija, la preciosa Aitana, y eso no hace más que llenarme de un tremendo orgullo. Con esto he aprendido que la amistad no tiene límites, y que hay gente que llega a tu vida para siempre con la intención de hacerte sentir bien en cada momento.

Mi pareja me ha dado lo mejor que te puede pasar en la vida, que es sin duda, tener un hijo, cuyo sentimiento es tan único y tan especial, que es imposible de comparar con cualquier otro, un sentimiento tan contradictorio, por la inmensa responsabilidad que conlleva, como verdadero. Lo que siento desde el instante que vi nacer a Liam, es una sensación tan increíblemente maravillosa, que pase lo que me pase en la vida, es lo que me hará siempre luchar y seguir luchando. Un sentimiento que va creciendo cada día, y que no tiene fin. Y con esto he aprendido que un hijo es lo mejor de la vida, pero no solo eso, también que lo que hacen unos padres por un hijo es imposible de valorar hasta que lo vives. El enorme esfuerzo y sacrificio, desde antes incluso de nacer, no se puede entender hasta que lo sientes en tus propias carnes. Algo que me hace estar eternamente agradecido a mis padres por todo lo que han hecho por mí sin saberlo, o más bien sin darme cuenta.

El trabajo siempre debe ser aquello que más feliz nos haga, porque es a lo que más tiempo le dedicamos, y a mí me encanta lo que hago cada día, pero también considero trabajo a la afición que tengo por la escritura. Y ahí es donde todo ha cambiado, y donde he tenido a mi tercer hijo del año, eso sí, el único que es solo mío, y que no tengo que compartir con nadie más. Quizás del que más orgulloso estoy, porque ha sido una idea que después de años y años en mi cabeza ha salido a la luz. Y del cual he aprendido que la confianza en sí mismo y la constancia, es el camino que te conduce al éxito. Y en mi caso, ya lo conseguí al publicar la novela. La buena acogida y crítica que ha tenido desde entonces, es un reconocimiento que hace que uno se sienta orgulloso de lo que ha hecho, pero el éxito personal ya lo había logrado.

Así que de esta manera ha pasado este último año, uno más o uno menos, eso ya depende de cómo quiera planteárselo cada uno, para mí ha sido uno más aportándome cosas, y uno menos para seguir disfrutándolas. Lo que está claro es que es un año que no olvidaré en mi vida. Y a la pregunta de que cuándo plantaré el árbol, la respuesta es que nunca. Que si se supone que el hijo, el libro y el árbol, son las tres cosas que hay que hacer en este mundo, no quiero haberlas hecho todas a mis treinta y seis. No vaya a decidir ese que va de negro y con la guadaña, que ya he hecho todo lo que tenía que hacer en esta vida, porque es mucho lo que me queda por hacer y por decir.

Y como todo pastel, el final del año tuvo su guinda, inesperada por un lado y deseada por otro, pero realmente una de esas cosas que hacen que todo tenga sentido. Nos esperan nuevos proyectos y nuevas ilusiones. En este año más para aportarnos cosas o menos para seguir disfrutándolas, pero otro que tenemos la suerte de poder vivir. Eso no lo olvidéis nunca.

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