OPINIóN
Actualizado 11/01/2018
Celia Corral Cañas

El consumismo es un animal voraz e insaciable que nunca parece descansar. Aprovecha la más mínima fisura para filtrarse y estirar sus grandes e hipersensibles antenas con sus ansias invasoras. Su instinto reconoce nuestras emociones. Aparece cuando estamos felices, cuando estamos tristes, cuando estamos aburridos, cuando estamos estresados, cuando no sabemos cómo estamos. Nos huele con su olfato privilegiado, nos palpa con sus tentáculos hambrientos.

Los múltiples pies del consumismo no atienden a tus necesidades, no se adelantan a tus necesidades; crean tus necesidades.

Te conocen, te observan, te vigilan, leen tus movimientos, analizan tus decisiones, orientan tus impulsos? ¿Te conocen?

¿Por qué se autodenominan "especialistas en ti"? ¿Eres tú objeto de especialización? ¿Quién puede saber quién eres tú? ¿Cómo te han convertido en cuestión de estudio? ¿El consumidor se ha convertido en objeto de consumo? Y lo que es peor, ¿el feliz consumidor se ha convertido en feliz objeto de consumo? ¿Eres tú quien compra y quien decide o quizá "tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj", como decía Julio Cortázar en su genial "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj"? ¿Quién consume a quién?

Haz algo revolucionario. Quítate el código de barras, desobedece el guión. Escribe un poema, apaga la luz. Desenvuélvete. Sal de la cesta de la compra y camina hacia ningún lugar. Sé imprevisible.

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