OPINIóN
Actualizado 06/01/2018
Ángel González Quesada

Al calor de las consecuencias que la incompetencia política ha causado en la convivencia de este país, de las que las luchas independentistas en Cataluña son sólo la punta del iceberg de una escalofriante negligencia de los representantes de la ciudadanía, los pescadores en el río revuelto de la estupidez, que parece ya marca de fábrica de la gestión política española, han lanzado sus anzuelos de antiguas inquinas y obsesiones, pescando para la actualidad del marujeo informativo general temas que ya fueron de vergüenza ajena en el pasado.

Hoy, con las alas que al españolismo más cañí y el patrioterismo de unagrandelibre prestan la inutilidad política y la mediocridad periodística, y aprovechando que en Cataluña todavía osan muchos luchar por su propia identidad, intentan remozarse asuntos que el anticatalanismo cuasi genético de la derecha española otrora usó de bandera. Así, el boicot a los productos catalanes, que no es nuevo sino que siempre fue norte y guía de las derechas españolas, toma un nuevo impulso, otra instancia del viejo numantinismo castellano de cerrado y sacristía. El desdichado asunto de las imágenes de Sijena. O la defensa a ultranza de esa bestialidad llamada tauromaquia, que sabiamente en Cataluña había sido prohibida como espectáculo cruel y sanguinario, vuelve a alzarse en manos de estos torerillos de casino y jaculatoria, a los que se prestan por estos pagos castellanos espacios oficiales para sus diatribas taurófilas, presupuestos públicos para la difusión de sus cornamentas y capotes, y hasta tribunas universitarias para pregonar y enseñar la tortura pública de seres vivos.

Mención aparte merece una antigua imbecilidad mental colectiva, una minusvalía social española hoy también remozada al calor de la "cuestión catalana", cual es el ninguneo y la marginación de la cultura catalana en general, que si ya había sido durante décadas excluida en una enseñanza (es un decir) manca y coja, hoy se alza en manos de los dómines cual anatema que maldice y arrincona nombres como los de Antoni Tàpies, Josep Maria de Sagarra, Joan Maragall, Josep Maria Sert, Carles Riba o Jacint Verdaguer, que si nunca fueron tenidos en cuenta en las escuelas al sur del Ebro, hoy son considerados directamente demonios del separatismo.

Lo que tiene la memez es que es previsible. Tanto que apenas iniciado el proceso independentista catalán, hace ya varios años, fácilmente podía preverse que pronto en Salamanca iba a volver a tener presencia aquel asunto de infausto recuerdo cual es la pintoresca defensa en esa ciudad de los llamados "papeles de Salamanca". La devolución a sus legítimos propietarios de los documentos expoliados por el franquismo y depositados en el Archivo General de la Guerra Civil de Salamanca, concitó en esa ciudad una de las manifestaciones derechistas más absurdas, vergonzosas, manipuladas y ridículas de las que se tiene memoria. Con las autoridades locales claramente a favor del expolio franquista, y una manipulación cuasi delictiva de la información y utilización de los presupuestos públicos de forma partidista, apropiándose y falsificando acontecimientos históricos para arrimar el ascua a la sardina de un anticatalanismo reaccionario (recuérdese la innoble tergiversación de la frase de Unamuno "venceréis pero no convenceréis"), se ha mantenido en la ciudad castellana un rescoldo de inaceptable derrota que ahora, con la demonización que de 'lo catalán' ha propiciado la negligencia de sus dirigentes y el seguidismo del marujeo periodístico, ha vuelto a convertirse en "santa indignación".

El anticatalanismo ha sido santo y seña de la derecha española desde tiempos casi inmemoriales. Las diferencias de todo tipo de la sociedad catalana respecto a la española, su dinámica vital y cultural y su vanguardismo de pensamiento y obra, han sido vistos con desagrado desde la cerrazón centralista, que ya en los albores del siglo XX provocaron enfrentamientos y coacciones de todo tipo. La cultura catalana ha sido ninguneada, su idioma tratado con desconsideración, el carácter de lo catalán malintencionadamente caricaturizado y las reivindicaciones específicamente catalanas, y hasta su identidad, atacadas sin respiro desde las instancias gubernativas españolas. Ahí, y no en la actual inutilidad manifiesta de sus políticos, y los nuestros, es donde deberá explicarse el origen y desarrollo del independentismo catalán. Y entenderlo.

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