OPINIóN
Actualizado 24/12/2017
Fernando Saldaña

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El bar de Emilio se llena de felicitaciones de Navidad y de buenos deseos. Yo desentono. Soy un desabrido que no felicito la Navidad, porque no creo en ella. Ni en su faceta de religión, ni en su caradura de consumismo.

No puedo compartir ideas con una iglesia que vive en la opulencia, aunque sabe que su Cristo nació pobre. Ni puedo mostrar simpatía hacia el derroche, la desigualdad y la injusticia que cobra aún más fuerza cuando los que más tienen compran más y los que nada tienen miran cómo compran los ricos.

La gente brinda en el bar de Emilio. No me uno a ellos. Me exilio en un rincón, con mi vino cosechero, y bebo como todos los días. Sin alardes, sin falsas alegrías. Sin concesiones a los cuentos ni al absurdo.

Desentono. Lo sé. Y no al cantar villancicos, que no los canto, sino porque voy contracorriente.

Me siento tan antisistema como aquel que nació pobre, se enfrentó a los poderes y lo asesinaron a los 33 años. Miro a mi alrededor. Tengo la impresión de que los contentos de año en año, no saben de quién estoy hablando

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