OPINIóN
Actualizado 21/12/2017
Juan José Nieto Lobato

En estas fechas señaladas en las que las familias se reúnen en torno a suculentos manjares y quien más quien menos emprende una obra solidaria; en estos días en los que priman deseos de paz y concordia, una columna de deporte, por esta misma lógica, no puede detenerse a analizar la estrategia de defensa de Ángel María Villar, cebarse en las malas artes con que suelen comportarse los diferentes actores a la hora de defender sus intereses en el mercado de fichajes o incidir, poniendo el dedo en la llaga, en el último caso de dopaje que ha salpicado al ciclismo hiriendo de muerte, una vez más, su reputación.

Ya habrá tiempo para ello. Sobran las polémicas, los hechos denunciables. Y si no existen condiciones para el conflicto, alguien las creará. Está en la naturaleza humana confrontar opiniones, por banales que sean, agredir o sentirse agraviado, sujeto de una injusticia, diana de una ofensa. Lo saben los medios, especialistas en hacer zoom en todos estos comportamientos, en resaltar con la mejor resolución posible la violencia en los campos, el error arbitral, la mala racha de tal o cual deportista. No los culpo: a cada encarnizado debate, a cada desoladora imagen, le siguen los mejores datos de audiencia del mes. Todos nos tapamos los ojos por vergüenza, pero es mayor el morbo que nos incita a despejar uno a uno los dedos que nos impiden ver lo que sucede.

Pero insisto, en estas fechas tan señaladas conviene, por tradición cristiana, pagana o laica, poner el foco en el pequeño gesto que engrandece el deporte y lo convierte, este sí, en esa fábrica de valores de la que tanto presumimos los que dedicamos gran parte de nuestro tiempo a enseñarlo. No hay mejor momento para recordar a todos aquellos que ayudaron al corredor exhausto, acalambrado, a terminar una carrera de fondo, tal vez una Maratón. Ni para felicitar a quienes se acordaron ?de verdad, no por protocolo? del rival, complemento imprescindible de todo gran deportista. O a quienes en plena batalla, como Sergio García y Justin Rose en el hoyo 15 de la última jornada del Masters de Augusta, se felicitaron mutuamente por su actuación en el green, ignorando que, en la práctica, la efectividad del contrincante jugaba en contra de las opciones personales.

Estoy seguro de que, a pesar de no haber sido noticia, padres (y madres) en la grada han aplaudido el esfuerzo virtuoso o agónico de algún oponente (hijo de algún otro padre, no lo olvidemos) y felicitado al compañero que le "quita" minutos a su hijo por el trabajo realizado. Estoy seguro de que muchos niños comprendieron, gracias al deporte, que competición y cortesía no son términos antagónicos, como tampoco lo son la lucha y el respeto. Podemos estar felices, y brindar en torno a una mesa, si alguno de nuestros jóvenes entendió, gracias al deporte, el concepto de honestidad en cuanto que amor por el camino recto, el respeto al adversario y al juego mismo, fuente de valores y felicidad solo cuando es practicado como es debido.

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