En el Antiguo Testamento la esperanza desempeñaba un papel muy importante en la vida religiosa del pueblo, así como a nivel personal. Y esto porque la religión del Antiguo Testamento era la religión de la esperanza. La alianza incluía grandes promesas de Dios para su pueblo y eso generaba mucha expectativa. Esa esperanza estaba sustentada en la protección y bendición de Dios para con su pueblo y el cumplimiento de sus promesas. Para tener esperanza es necesario tener fe, sin ello no es posible generarla. Las Escrituras afirman que el Señor protege a los que en Él confían (Salmos 28:7; 25:2; 31:7; 119:116). A lo largo de la historia salvífica podemos comprobar que Dios jamás ha fallado a su pueblo y que la esperanza de los que sufren o esperan en Él jamás ha sido olvidada.
Dios anunció por medio de sus profetas que enviaría un Salvador, su Hijo, para alcanzar la salvación y la paz verdadera. Cuando el ángel Gabriel hace el anuncio a María de que tendrá un hijo del Espíritu Santo, no hace más que afianzar esa esperanza y que desde ahora en adelante será una realidad, que llena de gozo y alegría a su pueblo.
Adaptación de la "Cerillera" de Hans Christian Andersen ( Por Isaura Díaz de Figueiredo)
LA CERILLERA
Es la noche del año más importante, "Navidad" y mientras todas las familias se preparaban para sentarse a la mesa rodeados de ricos manjares, en la calle estaba descalza y hambrienta, la pequeña vendedora de cerillas. La pobrecita llevaba el día entero sin vender ni un solo fosforo, ¡hoy nadie quiere comprar!, sus huesecillos están ateridos, es diciembre, la nieve cae sin reparar en los que no tienen fuego para calentarse, y no había conseguido ni un solo penique para poder comprar un tronco de leña.
La pequeña no se cansa de pregonar
- ¡Cerillas, cerillas! ¿No quiere una cajita señora?
La mayoría pasa por su lado, ni la mira y sus corazones embotados no escuchan el pregonar.
Cansada, se sentó en un rincón de la calle para guarecerse del gélido día. Tiene las manos enrojecidas, cubiertas de sabañones, ateridas y casi no podía moverlas. Entonces recordó que tenía el delantal lleno de mixtos y pensó que tal vez podía encender uno para tratar de calentarse. Lo encendió con cuidado y observa una preciosa llama que surge delante de sus ojos. De repente aparece en el salón de una casa, había una gran estufa que desprendía mucho calor ¡que bien se está aquí! Pero no bien tuvo éste pensamiento, la cerilla se apagó rápido y la estufa desapareció.
Probaré con otra, ahora ve una mesa repleta de ricos manjares, recordó con dolor cuando ella fue rica, sucedía antes de morir sus padres. Quiso llevar algo caliente a su estomago, coge el cacillo izas! La cerilla se apaga y todo vuelve a desaparecer.
Eran tan bonitas las cosas que ve cada vez que enciende una cerilla, que? no se lo pensó dos veces y encendió una tercera.
- ¡Oooohhh!, exclamó la niña con la boca abierta. Que árbol de Navidad tan grande, y cuantas luces? ¡Es precioso! Se acercó para verlo bien y otra vez la cerilla se apaga? ¡todo desaparece!.
Rápidamente buscó un nuevo fosforo que vuelve con paciencia a encender. En esa ocasión se presenta ante ella la persona a quien más había querido en el mundo: su abuelita fallecida hace tres años.
- ¡Abuelita!¡Abuelita! ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Qué haces aquí? y agarrando sus remendadas ropas dice:
- No te vayas por favor, déjame ir contigo. ¡Te echo tantísimo de menos!? y consciente de que la cerilla que tenía en su pequeña y flaca mano, estaba a punto de apagarse, la pequeña siguió encendiendo fósforos y más fósforos hasta que los agotó todos, en ese preciso instante la abuela coge dulcemente a la nietita de la manito y ambas desaparecieron felices.
A la mañana siguiente alguien pasó junto al sitio en que la pequeña se sentaba habitualmente? la encontró inmóvil, helada y rodeada de cerillas apagadas, con una sonrisa inmensa en su cara.
¡Pobrecita! Dijo y? siguió el camino.
REFLEXIÓN:
La luz de "unas cerillas" en este caso, es la metáfora de la felicidad, producto de la imaginación de una niña de apenas seis años, gracias a ella puede viajar a otros estadíos aliviando de esta forma el dolor del desamparo. Luz y obscuridad enmarcan un mundo dentro de otro mundo, habitado por seres que solo viven en el mundo de la fantasía, despiertan la ilusión y satisfacen el deseo de amor, ternura y protección. Una historia triste, teñida de tragedia, pero que no ha caducado con la etapa victoriana, solo tenemos que observar la mirada de muchos niños, gozan de todas las comodidades pero les tocó nacer en un mundo frío, hostil, deshumanizado, que mira y no quiere ver y escuchar la voz de la inocencia.
Andersen supo penetrar, conocer y describir el mundo infantil del siglo XIX Es un cuento crudo, duro, que por desgracia sigue siendo actualidad.
La hipotermia causa alucinaciones en su fase final, y utilizando este recurso describe las ilusiones de una pequeña, anónima, donde la agonía se vuelve esperanza, volver a encontrarse con su abuela, la única persona que la había amado. Imaginarse a la pobre niña forzada a trabajar bajo condiciones extremas, hambrienta y sin ropa, recordar el tiempo en que había sido feliz?
"cuando una estrella cruza el cielo y cae a la tierra, alguien muere"
Hay cosas que no cambian, que son omnipresentes y una de ellas es la miseria, miseria extrema o pobreza de solemnidad, que convierte en cruel injusticia la vida del individuo, no da opción a la oportunidad.
La celebración de la Navidad, no es igual para todos, muchas personas no pueden disfrutar, ni tienen motivos de celebración. La crueldad mayor vive cerca, soledad en compañía, soledad no buscada, indiferencia. Hoy no vemos niños vendiendo cerillas, pero sí niños cerilleros, cargados de todos los caprichos, y hambrientos del mejor y más grande de los regalos "El amor".
Ojalá la estrella guardada para cada uno de nostros, no se canse de esperar y muera. Saboreemos con el cercano la esperanza, la ensoñación, y a Diciembre lo exoneramos de añoranzas, abrimos las puertas a la alegría autentica, esa que nadie puede vender, porque vive en nuestro interior y la refleja nuestra mirada.
Isaura Díaz de Figueiredo 2017