OPINIóN
Actualizado 07/12/2017
Celia Corral Cañas

El otoño, como el café, como el atardecer, como la melancolía, desprende una belleza que se percibe, paradójicamente o no, con el tiempo.

César Vallejo debió entender que este estado de belleza transitoria podía ser el momento exacto para morir, el nido en el que cobijar su último aliento, según refleja su poema "Piedra negra sobre una piedra blanca":

PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

No murió César Vallejo en otoño, sin embargo. Murió en primavera, aunque sí en París. Y no murió un jueves, sino un viernes, curiosamente un Viernes Santo. Pero no importa, murió en otoño, todos morimos en otoño, al menos, todos morimos un poco en otoño, con César Vallejo, tal vez porque es el momento en el que, los pies enredados en nostalgia y hojarasca, concebimos la muerte.

Y con ella la belleza que, como la de la soledad, la de la lluvia o la del otoño, se percibe con el tiempo. Pero seguimos adelante, alzando los jueves y los huesos húmeros, con nuevas esperanzas y una única certeza: el invierno se acerca.

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