OPINIóN
Actualizado 03/12/2017
Eusebio Gómez

Cada día nos llegan noticias de guerras, robos, violencia, muerte, paro, corrupciones constates por ansia de dinero o de poder, etc. Los ancianos son internados en geriátricos y los niños crecen huérfanos. Arden los bosques, se seca la tierra, no hay pan y agua para todos. Se orquesta la mentira, hay pérdida de valores, se brindan nuevas esclavitudes. Aumentan la increencia, el ateísmo, la indiferencia religiosa. El pansexualismo y el capitalismo se han adueñado de muchos corazones.

Los tiempos que vivimos son desconcertantes. Constatamos que, de una manera alarmante, crece la adicción, la violencia doméstica, la pobreza, la promiscuidad sexual, las explotaciones de todo tipo. La gente se siente desorientada, insegura y sin esperanza. Por una parte vemos los avances de la ciencia y la tecnología; por otra, experimentamos la imposibilidad de luchar contra un sistema que nos domina y que produce injusticias, guerras, desigualdades y pobreza. El egocentrismo encierra en sí mismas a las personas y los grupos, reaparecen conflictos étnicos y actitudes racistas y xenófobas, y se acrecienta la competitividad en el trabajo. Este desánimo genera miedo a afrontar el futuro e impide tomar decisiones definitivas de por vida.

Tenemos motivos para la queja, porque deseamos mucho y con impaciencia. Pero son precisamente los momentos difíciles los que nos puede ayudar a esperar y a confiar.

Tenemos que descubrir que la vida, tiene mucho de búsqueda e implica afrontar encrucijadas, saltar al vacío, pero también es una fiesta, es ver todo lo que hay de hermoso y bello en ella, y poder celebrarlo con ojos limpios y corazón sano.

Vivimos en un mundo cambiante. Constatamos que valores de otros tiempos, instituciones y pertenencias que se mostraban seguros, hoy ya no sirven. Todo cambian con rapidez. No podemos acercarnos a una época de cambios profundos con la mentalidad de otros tiempos. No nos sirven los esquemas de antaño. La realidad fluye bajo nuestros pies. Puede invadirnos una sensación de vértigo, confusión y miedo, como los discípulos en medio de la noche del lago de Galilea, vemos nuestra pequeña barca amenazada por las olas. No hay que temer. Cuando descubrimos a Jesús caminando sobre las aguas, y él sube a nuestra barca, entonces podemos navegar hacia la tierra firme, donde se construye el reino de Dios. Sólo tendremos que remar al unísono.

Puede ser que no estemos mejor o peor que en otros tiempos, sino que no somos capaces de distanciarnos de las cosas. El mal nos toca, nos llega de cerca. No podemos aislarnos, los medios de comunicación han invadido nuestra vida y nos obligan a respirar un aire viciado.

Hemos perdido el sentido de Dios y de lo sagrado. Nuestra sociedad ha vuelto la espalda a Dios, y, en consecuencia, vive sin sentido de lo sagrado. No vemos modelos de bien hacer en ninguna esfera de la vida social. La familia está recibiendo ataques en sus valores y se habla de que los jóvenes, en general, han perdido los valores.

Pero es precisamente aquí, en esta nuestra pobre y trágica realidad, donde tiene un gran papel la esperanza. Vivir sin ella es un gran peligro. Es el peligro mayor, el de sujetarnos sólo a la inmediatez de las cosas, tan caducas, tan leves, tan inconsistentes.

Los católicos comenzamos el tiempo del Adviento, un tiempo de espera y esperanza. ¿Que podemos esperar en neustro hoy? Podemos ser nosotros gente de esperanza? ¡Ojalá la esperanza nunca se nos apague! Será, pues, necesario avivar esa llama.

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