OPINIóN
Actualizado 20/11/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Del principio de los tiempos ni se sabe. Consúltense -con prevención- el primer capítulo del Génesis para un acercamiento aproximado y literario de la cuestión. Pero justo al primer día de la semana siguiente ahí estaban las tres islas enfrente del estuario del río Guadalete: Eritheia, Kotinoussa y Antípolis, acompañadas de islotes varios.

Como tenía el destino marcado, allí se instalaron los hijos de Eva, más bien al resguardo de los vientos y tempestades, asentando sus bienes y sus costumbres entre la eterna piedra ostionera y la frágil y fugitiva arena de la playa atlántica. Ahí quedan, para maravilla de los curiosos, algunos rastros espléndidos que los especialistas estudian con mimo y dedicación.

Aunque tendemos a ver que el mestizaje es cosa relativamente reciente y sobre todo de otros continentes, no hay más que dar un paseo por las profundidades de los lugares precisos para entrever las mezclas culturales superpuestas que crearon lo que hoy tenemos y la mezcla de adeenes que constituyen nuestra variedad.

El lugar sin duda influye, para bien y para mal. Y este es y fue de privilegio. No me dejará desmentirlo ni siquiera el viento levante, que a veces deja en sosiego al que lo habita y respeta a quien lo visita hasta el punto de dejarle recorrer en mangas de camisa las rectilíneas callejuelas que cubren los restos milenarios, e incluso admirar la fachada de la espléndida catedral, mientras le van poniendo comida por delante.

Lo recomendable es perderse, pero si usted se consigue un guía amigo ya tiene gran trecho avanzado para aprovechar el poco tiempo al que como turista ambicioso y contemporáneo tiene derecho en la vida loca a la que voluntariamente se ha apuntado. No podrá evitar recordar semejanzas y diferencias con ciudades de la otra orilla. No la de enfrente, que este amanuense aún desconoce, sino la de más allá, la del Caribe soleado, a la que, con permiso de la autoridad competente, uno tiene también como propia.

Y en estas, de forma casi inadvertida, cuando recorra el centro antiguo levantará por casualidad la cabeza y se encontrará con la hermosa fachada barroca de la Iglesia de la Virgen del Rosario y, si no fuera por algunos carteles turísticos, y del noble afán de su amigo el guía titulado, ni cuenta se daría del edificio adosado que es el que vale el viaje entero.

Le dirán que es un Oratorio para ejercitantes, construido en el siglo XVIII, le rogarán que baje primero al fondo y suba luego a la planta superior, y entre subida y bajada ya va a oír de fondo una música de cuerda de excelente factura que le va a acompañar cada vez con mayor intensidad.

Usted verá, junto a las escaleras, interesantes imágenes religiosas, para llegar enseguida a una cripta que preside un gran conjunto escultórico que consiste en un Calvario de madera policromada y con buena conservación, que tal vez le parezca interesante, pero donde predomina la austeridad y el recogimiento.

Cuando suba a las capillas superiores, su impresión va a cambiar, porque allí es donde está el centro del monumento, en el que se observa la sorprendente inversión de algunas ricas familias gaditanas del setecientos, encabezadas por miembros de la Congregación del Retiro Espiritual.

El Marqués de Valde-Íñigo promovió la construcción de una sobresaliente capilla sacramental, decorada por mármoles y frescos de Goya, además de otros buenos pintores, en lienzos de medio punto, en torno a un templete custodiado por bellos ángeles vigilantes.

Esta comunidad de orantes, en el último tercio del siglo XVIII, para el cumplimiento de sus fines comunitarios tuvo la osadía de encargar una pieza musical a la estrella musical del momento, un tal Joseph Haydn, que según parece, de buen grado aunque con cierta dificultad, remitió una música instrumental para orquesta clásica, originalmente en nueve partes -la última de las cuales titulada, no por casualidad, "Terremoto"-, con el fin de acompañar los sermones sobre las Siete Palabras del Cristo en la Cruz cada Viernes Santo. De ahí se derivaron otras obras, como una versión coral, un cuarteto y hasta una transcripción para piano. Cuentan que como contraprestación se envió a Austria una tarta rellena de monedas de oro.

Se admiten visitas en invierno de 10:30 h. a 14 h, y de 16:30 a 20:00 h. Sábados de 10.30 h. a 14.00 h. Domingos de 10:00 h. a 13:00 h. Verano (julio y agosto): martes a viernes de 10.30 h. a 14.00h y de 17.30 h. a 20.30h. Sábados: de 10.30 a 14.00h. Domingos de 10:00 h a 13:00h. Siempre los lunes y festivos cerrado.

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