OPINIóN
Actualizado 20/11/2017
Antonio Matilla

Pensar es relacionar. Los que no tenemos "Gabinetes de estudios" como los de los grandes bancos u otras multinacionales, tenemos que apañarnos con lo que sucede en torno nuestro o en nuestra memoria histórica personal, naturalmente subjetiva, relacionando unas cosas con otras para poder elaborar siquiera una opinión provisional 'para andar por casa', o sea, por el mundo, que es la casa de todos.

En la actualidad podemos encontrar abundante material para sustentar una opinión y su contraria en San Google, en YouTube, en el CaraLibro o en las cascadas de mensajes de guasap de los múltiples chats, o sea, grupos, en los que participamos y que raramente nos contradicen so pena de ser drásticamente eliminados, quedándonos sin 'amigos'. La posibilidad de mentira y de manipulación de la verdad en estas 'redes' es tan grande, que creo que no debemos renunciar a pensar por nosotros mismos, apoyándonos en sensaciones y pequeñas experiencias vividas personalmente, sin que puedan ser puestas en duda apoyándonos en aquel aforismo de mi pueblo: 'lo que yo vea, no me lo tiene que explicar nadie', que tiene una fuerza de certeza tan poderosa como la opinión clara y distinta de Descartes, lo que no es pequeña cosa en esa sociedad democrática en la que vivimos y que se basa en la opinión. Ciudadanos somos y pensamiento personal tenemos o debemos tener. Los eslóganes son más propios de los regímenes totalitarios. Dios y San Montesquieu nos libren.

Una pequeña experiencia personal y una opinión nacida de ella: verano de 1970?acompañando a Francesc García de Haro Goytisolo, un buen amigo catalán ?nótese su segundo apellido, vasco, literario donde los haya- emprendimos un viaje en auto stop a la Francia todavía conmocionada por las secuelas del Mayo 68, sin prisa y buscando el paisanaje más que el paisaje. Y así, empleamos un día entero en recorrer varios pueblos del Sur de Francia buscando hablantes de la antigua lengua d'Oc. Bien que nos costó, pero al fin pudimos chapurrear en occitano con algunas señoras muy mayores apoyándonos en el buen catalán de mi amigo y en el pasable francés mío. Fue un chapuzón en la Francia pre-revolucionaria. No sé si cuarenta y siete años después el occitano se habrá recuperado ni si tiene una literatura actual. Me temo que poco, pues la sombra de los jacobinos y de Napoleón es alargada.

Dicen algunos nacionalistas, en España, que también entre nosotros ha habido represión lingüística e imposición del castellano, perdón, español, sobre todas las otras lenguas peninsulares. ¡Pero bueno, acaso el catalán, el valenciano, el aranés, el vasco, el gallego, el bable, el castúo, el leonés, la fabla ¿no son también lenguas o, al menos, hablas españolas?!

Pero, o la represión lingüística española ha sido más leve que la francesa, lo que parece obvio, o los represores eran bastante incompetentes y chapuceros, porque no me parece que peligren las distintas lenguas españolas, sino que están bastante sanas, aunque trufadas de términos anglosajones, como se acaba de ver, más arriba, en este mismo artículo. Hora es, por tanto, de que se imponga el sentido común lo cual pasa, sobre todo, por ampliar los horarios y mejorar la enseñanza del español en toda España, también en Cataluña, en la Comunidad valenciana, en las islas Baleares, en Galicia, en Asturias, en la Comunidad Autónoma vasca y en el Norte de Navarra, e incluso en el valle de Arán. Todas las lenguas españolas son estimables y hay que cuidarlas, pero es evidente que solo una, el español (o castellano, que la RAE permite su uso indistinto, salvo matices muy refinados), tiene verdadera proyección internacional, siendo la segunda lengua más hablada, como lengua materna, después del chino (o los diversos dialectos del chino).

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