OPINIóN
Actualizado 18/11/2017
Miguel Mayoral

Tuvimos la importante tarea de regenerar a la sociedad desde la época del dinero fácil en este país. Pero como siempre los desheredados, la clase trabajadora que no se dedicaba a los negocios, sólo han podido sentarse a ver subir los precios de las tres

Un sistema educativo perverso, posible gracias al disparatado desconcierto que la educación pública es en España, con diecisiete maneras de ser educado y/o adoctrinado, según donde uno caiga. Donde la inspección educativa funciona al son del que manda, y donde las autoridades locales se pasan por la bisectriz leyes y razones, con su egoísmo cateto, provinciano e insolidario, que aplasta cualquier posibilidad de empresa común, de memoria colectiva y de espíritu solidario.

El abandono de los ciudadanos decentes, en manos de una clase política local a cambio de gobernar de cuatro en cuatro años, y los sucesivos gobiernos de la democracia han ido dando vitaminas a muchos canallas y dejando indefensos a los ciudadanos. Ese desamparo, ese incumplimiento de las leyes, esa cobardía del Estado ante la ambición, primero, y la chulería, después, de los oportunistas periféricos, dejo al ciudadano atado de pies y manos, acosado por un entorno radical, e imposibilitado de defenderse, pues ni siquiera las sentencias judiciales han servido ni sirven para nada. Así que en muchos casos la reacción natural fue de mimetizarse con el paisaje, y evitar que a sus hijos les señalasen con el dedo: "Tú más catalán, más vasco, más gallego, más valenciano, más andaluz que nadie, hijo mío. No te compliques la vida y hazte de ellos"...

Ahora, que podemos pensar, algunos quieren hacernos dudar del estado del bienestar, la seguridad, la religión, las ideas, la patria, parece inevitable pensar que la famosa lucha de clases, indiscutible, durante la revolución industrial y en el anterior cambio de siglo, está obsoleta por mucho que algunos se empeñen en querer resucitarla demagógicamente. El actual momento social y económico tiene otros condicionamientos y se mueve bajo otras preocupaciones y signos. Pero es posible que, ahora, conseguida en parte cierta dignidad física en las personas, empecemos a darnos cuenta que sí existe algo que defender o perder en el nivel ético y moral de, y en, nuestra sociedad. No se puede tolerar tanta inoperancia política, ni tanto arribista, pues esta actitud se traslada con una velocidad increíble a la masa social de los ciudadanos más jóvenes y de los adultos en general. Hay que acordarse nuevamente del poeta y volvernos a llenar de contenido para que nadie le dé por llenarse de nuevo las alforjas y nos las toque pagar de nuevo.

La situación social que nos toca vivir es una locura. Es el remate final del mercadillo en que se ha convertido toda la sociedad. Delincuentes que anuncian en la televisión pública que van a seguir delinquiendo, mientras se pasan la soberanía nacional por el arco del triunfo. Vemos aparecer personajes, tipos o tipas, para rellenar las listas electorales. Ignorantes y canallas que quieren presidir autonomías. Bocachanclas que pretender decirnos lo que está bien y lo que está mal. Asistimos a una larga lista de despropósitos todos los días que, permitidos o no, se manifiestan y nos hacen dudar de la raya del bien o del mal.

La paciencia de los españoles nunca había estado tan al límite, o desbordada, viendo la falsa operancia, que nos rodea en todos los ámbitos, y la falta de verdaderas soluciones, y una falsa tolerancia que todo lo rodea y lo ampara, incluso la mayor difamación a nuestros valores y honor por parte de cualquier nindundi desde cualquier tribuna pública. Vemos manejar, por los que deberían gobernar, unos tiempos para dar soluciones que son incomprensibles; cuando se exigen soluciones inmediatas, a fechorías y noticias inmediatas. La bola no se puede dejar crecer más o nos aplastará. Hay que pasar página. Pinchar este estado de las cosas de una vez, aunque a muchos no les interese. No sólo a la clase política, sino a los medios de comunicación que están en algunos casos batiendo records de audiencia a costa del malestar general.

Cómo se puede dejar rumiar todavía a la gente que una parte de España es suya, cuando es de todos. España es indivisible al igual que la soberanía nacional. Desde el supuesto estado de las autonomías se ha desinformado a la gente que tenía unos supuestos derechos, que lo provinciano estaba antes que el todo, y no es así. La libertad de expresión no es sinónimo de decir mentiras en público ni de difamar, a los otros, a los ciudadanos españoles. El secesionismo busca el amparo en el pueblo, en el suyo de su propiedad, frente a los otros. Fomenta la idea totalitaria de que tienen una mayoría de genios, de capacidades y de valores personales que los otros no tienen, y que son dominio del pueblo. Pero en realidad lo que presentan es el dominio de la estupidez, de lo mediocre, de las medias tintas, de la cobardía, de la debilidad y de la incapacidad.

Hay que volver a levantar la idea de nación, país y patria, cueste lo que cueste. Refundar España. Lo local tiene que quedar en el ámbito local, como lo familiar queda en la casa de uno. En el siglo XIX media Europa se inventó supuestas historias, supuestos trajes regionales, supuestas danzas regionales, supuestos embutidos, supuestos quesos, hasta un supuesto pan con tomate, etc. para diferenciarse del vecino. En Cataluña se bailaba la jota hasta que un andaluz invento la sardana a mediados del s. XIX. La palabra ca(s)talán tiene el mismo origen o raíz que cast(a)ellano, gente de castillos. Somos una nación fruto de la romanización de la península ibérica que generó a los hispano romanos, que se germanizaron con los visigodos, los que a su vez consolidaron el cristianismo católico; lo que vino después es ya conocido. No nos empeñemos en explicar lo que no somos. Ni queramos ser diferentes porque no lo somos. Llevamos remando en el mismo barco desde hace varios milenios aunque de momento parece que necesitamos un ínclito que lo gobierne.

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