OPINIóN
Actualizado 07/11/2017
Luis Gutiérrez Barrio

La crítica, la oposición, la denuncia, manifestar públicamente con gestos, palabras, obras? todo aquello con lo que no estemos de acuerdo, por supuesto respetando las normas del juego, es un ejercicio democrático sano, necesario? más aún, obligatorio para todo ciudadano y de una forma especial para aquellos que ocupan cargos políticos, cargos que los ciudadanos les hemos prestado para que lo ejerzan durante un tiempo, hasta que los mismos ciudadanos decidan que la persona o personas, a ejercer ese trabajo deben ser otras.

Esto que resulta obvio y que parece que ejercitan con una constancia y persistencia a prueba de bombas, cuantos partidos se hayan en la oposición, me da la sensación de que se ha convertido, no ya en una obligación, sino en el único motivo de su existencia, olvidando otras muchas tareas, al menos tan importantes como esta y por supuesto más productivas, con el inconveniente de que se vende peor de cara al presunto votante. Porque si todo funcionara más o menos bien, a ver quién iba a mover del sillón al partido que lo ocupara en ese momento y claro está, eso no interesa a los que están haciendo cola para sentarse en la poltrona. Lo que interesa es desestabilizar lo más posible, mover la silla cuanto más mejor, a ver si su ocupante pierde el equilibrio y en un despiste me siento, me amarro con cuantas correas pueda y ahora a ver quién es el guapo que me apea del burro. Luego, los apeados del burro, serán los que provoquen, promuevan, critiquen, acusen? y todo ello trufado de mentiras, medias verdades, descalificaciones? para conseguir desprestigiar al ocupante, a ver si hay un nuevo seísmo que les haga caer del sillón y tan pronto esté vacante, me subo me ato y vuelta a empezar. A todo esto, los ciudadanos contemplando el panorama a ver si el terremoto pasa de una vez y empezamos a disfrutar de los frutos prometidos por unos y por otros. Pero hete aquí que el terremoto ha entrado en una espiral sin fin, por lo que la espera de los ciudadanos es completamente inútil.

En muchas ocasiones, me he preguntado qué pasaría si los diferentes grupos político, en lugar de insultarse y decirse tantas verdades, como se dicen los unos a los otros y viceversa, se pararan a pensar un poco (por pedir que no quede) y llegaran a la fácil conclusión a la que hace muchos años, ya llegaron el resto de los ciudadanos, y es que con el diálogo, unidos, con la tolerancia, con el ceder cada uno un poco para encontrar soluciones, soluciones, que no están en la parcela de ninguno de ellos, sino en un terreno comunal, al que deben llegar derribando las alambradas tras las que cada uno se ha atrincherado. Si hicieran esto, todo funcionaria mucho mejor, los ciudadanos podrían empezar a disfrutar del buen gobierno, con los innumerables beneficios que ello supone. Aunque, pensándolo bien, a lo peor lo que quieren los ciudadanos es que haya enfrentamientos, insultos, debates verdureliles, declaraciones a prensa porteriles... en fin, la chabacanería hecha política. Al fin y al cabo, es el tipo de debate que más consumimos en España. Y si lo demandamos en radio, prensa y televisión ¿por qué no lo vamos a querer en nuestros políticos? Tal vez la solución esté en tener dos tipos de políticos: unos que den ese espectáculo para diversión y solaz de los ciudadanos, vamos, lo que vienen siendo los políticos de ahora, y otros que trabajen de una forma seria y honesta. Claro que entonces no sería políticos. Habría que llamarlos de otra manera, tal vez? funcionarios.

Ahora que lo pienso, ¡si eso es lo que tenemos! Entonces, todo arreglado. No, si cuando las cosas están así, es porque tienen que ser así. ¿Y quien somos nosotros para cambiarlo?

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