Voy a dedicar varios textos a este tema, siempre polémico y sujeto a prejuicios.
Empezando por lo más evidente, es indudable que aunque somos muy similares, somos también claramente diferentes en nuestra anatomía y fisiología sexual. Es necesario dejarlo claro porque hay varias corrientes (la teoría Queer y los que quieren normalizar hasta tal punto el tema de la identidad sexual, en los casos de disforia de género -transexuales-, que no consideran la transexualidad un problema) que niegan de una u otra forma la realidad del sexo y la sexualidad. Ya volveremos sobre estas posturas en otros textos.
Es verdad que hay estados fisiológicos intersexuales, pero son una minoría y tienen explicación en unas u otras anomalías de los procesos del desarrollo sexual. El lector puede informarse fácilmente de estos casos.
Lo cierto es que tenemos un programa hereditario distinto XX o XY y unos órganos embriológicos doblados (preparados para convertirnos en hombre o mujer, como un pintor que pintara un cuerpo sexualmente indefinido en las primeras fases de su dibujo. En condiciones normales el programa genético, en las primeras semanas define nuestras gónadas originales en testículos u ovarios. A partir de aquí son estas gónadas de hombre o mujer las que desarrollan los genitales internos y externos de hombre o mujer. Más tarde van también conformando el cerebro sexual de hombre o mujer. Y si no hay accidentes indeseables, éstos son poco frecuentes, finalmente el programa genético, las gónadas y el cerebro sexuado nos hacen distintos en nuestra anatomía y fisiología sexual.
Por ello, con independencia del grado de determinación, influencia o relación, si la hubiere, entre la anatomía, figura corporal y fisiología sexual y otros aspectos como la identidad sexual, la orientación del deseo, la feminidad o masculinidad, los roles sexuales, etc., nunca podremos anular la realidad del sexo de hombre y de mujer.
Esto que puede parecerle teórico es muy importante. Veamos un ejemplo: Hace poco criticábamos, en otro texto, cierto slogan escrito en autobús porque negaba ciertas diversidades sexuales. Fue una polémica nacional.
Pero, en otro extremo encuentro que pasa desapercibido, por ejemplo, que en algunas de las leyes autonómicas sobre la identidad o el género se razona como si la anatomía y fisiología sexual no tuviera ninguna importancia. Quieren normalizar esta diversidad y acaban negando lo evidente:
Con frecuencia en las asociaciones que defienden, con razón, los derechos de estas minorías y entre algunos profesionales se tiende a normalizar esta minoría y defender esta diversidad, se define la identidad sexual como "vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente y autodetermina, pudiendo corresponder o no con el sexo en el momento del nacimiento".
Pero, por mi parte, coincidiendo con todos ellos en el objetivo de normalizar y aceptar esta diversidad, considero que no es una definición adecuada, por incompleta y porque olvida lo más importante, el malestar que sienten estas personas, que tiene dos orígenes: la disarmonía entre identidad sexual y cuerpo sexuado (inevitable en los casos que rechazan las características corporales sexuadas) y el rechazo social (que podría y debería evitarse) a las personas que asumen convenciones sexuales propias del otro sexo biológico. Estas definiciones considerando que todo es subjetividad de los sentimientos son una forma de negar que estamos ante un problema personal (evitable con intervenciones hoy bien conocidas) y un problema social (evitable sin sexismo, transfobia, etc.).
En primer lugar, porque este concepto reduce esta diversidad a la subjetividad individual "sentida", como si su Yo fuera solo "emocional", cuando su dificultad es que no solo siente, sino que ve y razona que su cuerpo le molesta y no se corresponde con su identidad. Es decir, el Yo que además de sentir ve y razona siente la disarmonía entre cuerpo e identidad. No se puede definir lo que le pasa a este niño o niña sin un concepto nuclear: hay una disarmonía entre su sexo e identidad sexual del Yo. Esto es lo que hemos llamado problema personal.
En segundo lugar, aunque no sabemos la causa, sí conocemos que su auténtica identidad no depende de su voluntad, por lo que el concepto de autodeterminación tampoco nos parece adecuado. Puede reconocer lo que le pasa y aceptarlo o no, pero no somos libres para asignarnos una identidad sexual.
En tercer lugar, pedir, con razón, como hacen asociaciones y profesionales, que ambos problemas requieren, según cada caso, ayudas quirúrgicas, psicológicas, educativas, sanitarias, etc., es una contradicción, si de entrada no reconocemos los problemas de forma adecuada. La normalización no empieza negando los problemas o cambiándolos de nombre, sino reconociéndolos y afrontándolos.