El otoño es el tiempo de las ofrendas. La actitud oferente forma parte del ser humano, es un universal y arquetipo, presente en todas las culturas y civilizaciones. Somos dadores, pues, de lo contrario, no nos realizamos como seres plenos en nuestro paso por el mundo.
No es extraño por ello que el gran escritor cubano José Lezama Lima titulara una de sus obra poéticas con el significativo término de 'Dador' (1960). Somos dadores, sí; seres para la ofrenda, para el ofrecimiento, para la entrega a los otros. En esa entrega, nos afirmamos de continuo.
Estos días, la propia naturaleza nos da sus frutos. Todo lo que se ha sembrado, limpiado, atendido, regado..., una vez que se encuentra en su maduración plena, se recoge, para que nuestra vida, a través de la alimentación, tenga continuación y perspectivas de futuro. Los árboles nos entregan asimismo unos frutos que nos servirán de sustento.
En estos días en que honramos la memoria de los difuntos, de los antepasados, hay un rito muy significativo, perdido ya en buena parte, y es que se llevaba a la iglesia un azafate o palmero de cestería lleno de grano de cereal, con una vela encendida, clavada en el centro del montón, para ofrecer por los difuntos.
Dos elementos claves ?el cereal y la luz?, que nos hablan de resurrección ("si el grano de trigo no muere..."), una perspectiva presente siempre en nuestro mundo y que nos llega a través del cristianismo (evangelios), una de las expresiones del semitismo, y del mundo clásico (los misterios de Eleusis, en la antigua Grecia, que tenían una espiga como emblema).
Hemos de recordar, en el ámbito arqueológico de nuestra cultura peninsular, esas significativas damas oferentes, tan antiguas, que nos indican que ya en nuestra sociedad, desde los tiempos prerromanos, el hecho de ofrecer era significativo para aquellos antepasados nuestros.
Traigamos a la memoria ?para ilustrar lo que decimos? la hallada en el Cerro de los Santos, ataviada con sus mejores indumentarias y alhajas, de pie, en actitud ritual, con el cuenco ante su vientre, sostenido por sus dos manos, ataviada con sus mejores indumentarias y alhajas, y tan misteriosa.
Otra ofrenda que nos reclama este tiempo, en la realidad que está viviendo nuestro país, es la de la palabra, la del diálogo, la del entendimiento, la del acuerdo. Es una ofrenda necesaria para todos, para una salida civilizadora de nuestros conflictos. Es una ofrenda que, al tiempo, nos va a medir, nos va a decir si somos generosos y si tenemos apertura de ánimo, que es como decir de alma.
Y es una ofrenda totalmente necesaria, para que los otros, nuestros hermanos, nuestros semejantes (como decía Charles Baudelaire de sus lectores), no se sientan humillados y ofendidos (como indicara Fedor Dostoievski).