OPINIóN
Actualizado 03/11/2017
Juan Robles

Sigue habiendo multitud de santos hoy

El calendario cristiano presenta cada día un santo principal y varios secundarios. En total, los santos reconocidos son más de siete mil. Aparte de la celebración diaria del santo correspondiente, se celebra el día uno de noviembre la fiesta de Todos los Santos. Que, por supuesto, son muchos más de los siete mil indicados.

El libro del Apocalipsis, último de la serie de los de la Biblia, habla de una multitud de personas con vestiduras blancas, signo de triunfo y de gloria, y dice que hay ciento cuarenta y cuatro mil señalados, es decir, destinados a la gloria (Ap 7,4).

Jesús mismo ha dicho que en el cielo hay muchas moradas, destinadas a ser ocupadas por los seguidores del Cordero, es decir de la víctima del sacrificio en Cruz, de Jesús de Nazaret.

En los primeros siglos de la historia de la Iglesia, se consideraron santos todos los que habían caído bajo las furias de los perseguidores de los que confesaban a Cristo como su Señor y su Dios, y no aceptaban postrarse y rendir honores y adorar como dioses a los emperadores romanos. Se trata de multitud de mártires, conocidos y desconocidos.

Después, en tiempos ya de libertad, se fueron reconociendo las virtudes de muchas personas que habían seguido e imitado el buen hacer de Cristo, el Señor y Buen Pastor. A partir del siglo XII, los cánones romanos determinan que nadie puede reconocer a una persona como santo si no ha sido proclamado como tal por el Papa, el único que puede hacer esa proclama.

Desde entonces, aun con esa condición de la necesidad de la intervención del Papa, se han ido proclamando cantidad de santos y han sido propuestos a la veneración de los creyentes.

Ya en el evangelio, Jesús propone que sus seguidores seamos perfectos como lo es su Padre. Y ya en el Antiguo Testamento se pone en boca de Dios la siguiente invitación: "sed santos como yo soy santo". Santos son los que se separan del mundo y de sus criterios, alejados de los mandatos de Dios, y en cambio se adhieren a la ley de Dios y siguen los preceptos y las leyes del amor a Dios y al prójimo, que señala Jesucristo como el máximo mandamiento de entre los que llevan a la vida.

Siempre ha habido hombres y mujeres que han tenido como norma de orientación de su vida el amor de Dios tal como lo practicó Jesucristo: amor a Dios sobre todas las cosas y amor al prójimo como a si mismos.

San Pablo suponía que todos los creyentes y seguidores de Jesucristo practican esas leyes y, como tales, pueden ser llamados, y él mismo los llama santos. Él dice que todos los cristianos son "los santos".

Además de lo dicho, todos conocemos a multitud de santos de todas las épocas. Pero también en el tiempo presente encontramos personas significadas por esa vida de entrega a Dios y a los demás. Fácilmente admitiríamos todos que una de esas personas santas fue la madre Teresa de Calcuta. O el Padre Damián, el santo de los leprosos.

Recientemente han sido proclamados santos los Papas San Juan XXIII y San Juan Pablo II. Antes había sido proclamado el Papa San Pío X. Y en ese camino está ya también el Papa Beato Pablo VI. Y se espera el reconocimiento de la santidad del arzobispo Romero de San Salvador.

Esos son los santos más conocidos, pero hay otros santos anónimos, a muchos de los cuales conocemos cerca de nosotros: sacerdotes, religiosos y religiosas de la máxima entrega, pero también seglares, padres y madres de familia, viejecitas ostentadoras de la más notable virtud de donación y servicio a los necesitados de todo tipo que se encuentran en su propio entorno.

Jesús hace la proclamación de la ruta de santidad mediante el sermón del monte, en el que pronuncia lo que se puede considerar como su propuesta programática, y que es el camino y la práctica de las bienaventuranzas. Propuestas que están en perfecta oposición a los criterios del mundo, tan alejados de los manifestados e incluso practicados por Jesucristo.

Sigue habiendo multitud de santos hoy. Y ojalá que también nosotros podamos encontrarnos entre los mismos, y estemos en camino de conseguir la gloria y la felicidad del cielo que muchos de ellos ya poseen.

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