OPINIóN
Actualizado 03/11/2017
Marta Ferreira

Y llegó el otoño, y se hizo la oscuridad, y volvieron las tardes de sofá y manta, de libros que aguardaban a ser leídos, de días con más lunas que soles. Ya lo he dicho a lo largo de estos años, no me gusta esta estación, la encuentro triste, mucho menos inspiradora que las demás.

El invierno aparece acompañado de un paulatino crecimiento de los días y de la luz, la primavera nos hechiza con ese aroma a flores y a vida y el verano, esa estación de calle y ausencia de horas. El otoño sin embargo es triste, los días decrecen, el cielo se nubla y las calles se apagan como las flores que desaparecen hasta la primavera.

Las estaciones marcan cambios (de paisaje, de tiempo, de ánimo?) y no siempre los cambios son fáciles. Son un reflejo de la vida, de su constante movimiento, de esa imposibilidad de detener el tic tac del reloj. Últimamente y, observando la realidad que me rodea, soy cada vez más consciente de la dificultad que entrañan las variaciones.

Me sorprende lo poco capaces que somos, o lo que nos cuesta adaptarnos a pequeños movimientos en nuestras vidas. Buscamos zonas de confort, que nos permitan vivir con tranquilidad, con cierta estabilidad, esperando siempre que nada mude en demasía, salvo que sea a mejor.

El pasado miércoles, Día de todos los Santos, me recordaba de niña, con mi hermano pequeño y mi abuelo, en ese día en que siempre nos compraba las primeras castañas del otoño; me venían a la cabeza las tardes en casa de mi abuela Caty, alrededor de una mesa en la que siempre había buñuelos, y que compartíamos en familia; tenía presente a mi abuela Angelines y sus lamparillas encendidas; pensaba en mi abuelo Pepe, en lo mucho que me habría gustado conocerle más.

Y tras estos pensamientos de cierta melancolía que me acompañaron a lo largo del día llegaron otros de alegría, imaginando la felicidad de mis sobrinos al ver llegar a sus abuelos a Barcelona (buñuelos salmantinos incluidos para no perder la tradición) para disfrutar con, y de ellos.

Asocié el otoño al cambio de estación, y los cambios de estación a los cambios constantes que nos mudan a cada instante a lo largo de nuestras vidas. Hay cambios nostálgicos, como el otoño; los hay de esperanza, como la primavera. Llegué a la conclusión de que, me guste más o menos, el otoño, como los cambios, son parte de nuestras vidas y habrá que aprender a convivir con ello en lo que espero la luz de enero.

Marta Ferreira

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