OPINIóN
Actualizado 01/11/2017
Juan Antonio Mateos Pérez

"En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada

Hoy los cristianos celebramos la Solemnidad de Todos los Santos, festividad muy unida a la del día 2 de noviembre, los Difuntos. Sólo Dios es Santo, gracias a su amor, todos los hombres y mujeres también son santos, sobre todo los más necesitados y excluidos. Es una Solemnidad para la esperanza, al mismo tiempo es, promesa, quehacer y espera. Promesa de salvación, iniciativa de Dios que da un sentido a la realidad personal, social y cósmica. Quehacer y espera, a la que estamos llamados todos en nuestra cotidianidad, viviendo y haciendo presentes los valores del Reino anunciados por Jesús. Estos valores, tienen mucho que ver con la apertura al Otro y al otro, desde el amor, la justicia, la vida, la verdad y la paz. Una buena aventura, que comienza en ese amor primero de Dios y con él, nos abrimos al hermano, al mundo, a la realidad que nos rodea, para poder transformarlo desde los valores del amor y la misericordia.

Como muchas de las grandes celebraciones de la Iglesia, esta fiesta cuenta con una larga historia en que la que se hace memoria cada año. Los primeros santos que se recordaron en la Iglesia fueron los mártires, en la liturgia el día, se conmemoraba su muerte, conservando sus reliquias. A principios del siglo IV, se produce una ofensiva anticristiana por el emperador Diocleciano, el número de mártires creció de tal manera, que resultó imposible asignar un día para cada uno de ellos. Con lo que Iglesia tendrá la necesidad instituir un día como fiesta común para todos los mártires que carecían de celebración, que se realizaba el primer domingo después de Pentecostés.

En los primeros años del siglo VII, el Papa Bonifacio IV (608 ? 615), convierte el Panteón de Agripa en Iglesia, consagrando el edificio en el año 610, en honor de la Madre de Dios y de todos los Santos Mártires. Un siglo después, el Papa Gregorio IV (827 -844), traslada la fiesta al 1 de noviembre para toda la Iglesia universal, que unos años más tarde se convierte en el aniversario de todos los santos (natale omnium sanctorum). En un principio contó con una vigilia "la víspera de todos los Santos" (Inglés: Hallowe' en, contracción de All Hallows' Evening) y, desde el Papa Sixto en el siglo XV, se celebraba una octava la semana después de la fiesta. Tanto la vigilia como la octava desaparecerán en el año 1955. Con lo que el Hallowe' en actual, nada tiene que ver con las vísperas cristianas de todos los Santos, es una fiesta celta importada en América por los irlandeses y que ahora quiere extenderse por todo el mundo, aprovechando el imperialismo comercial que vende todo.

En ese día se quiere conmemorar la comunión de todos los santos, "la gran multitud que nadie podía contar" (Ap. 7, 9), Santos en el cielo y, al mismo tiempo, se recuerda que todos los bautizados están llamados a la plenitud del amor y la santidad. Todos estos santos, conocidos y desconocidos han sido y son una gracia para la Iglesia. En esta fiesta tan hermosa, se ha subrayado mucho a lo largo del tiempo, a todos aquellos que ya están muertos y que ahora están en la gloria de Dios y con Dios, a esos habitantes del cielo que han alcanzado la felicidad y son bienaventurados. Pero es necesario subrayar el amor y la misericordia, así como la espiritualidad de muchos creyentes de nuestras sociedades líquidas y postmodernas, que dan testimonio de fe en la cotidianidad de su vida. De forma casi insignificante, madres, padres, abuelos, trabajadores, catequistas, sacerdotes implicados con todos y, en especial con los más necesitados, respondiendo a la gracia de Dios en verdad y en amor, haciendo grande la realidad del Reino. También se recuerda a esos Santos actúan más allá de los límites de nuestra cultura cristiana, en toda lengua y sociedad, allí donde nos encontramos encontramos personas justas dispuestas a buscar la verdad. Todos estos Santos son la comunidad de creyentes, claro que sí, pecadores y frágiles, pero allí donde proliferó el delito, sobreabundo la gracia (Pablo). Un pueblo santo redimido y amado por Dios.

Todos podemos estar habitados por el Dios de la vida. La salvación y la santidad comienzan ahora. En lo más profundo de nuestro ser podemos encontrar una semilla de resurrección que ya está en nosotros. El Dios de Jesús no es un Dios de muertos, pone vida donde nosotros ponemos oscuridad y limitación. La resurrección es el no radical a la violencia, la degradación, la humillación y a cualquier fuerza y mecanismo que nos lleva a la muerte. Necesitamos alumbrar nuevas luces en nuestras conciencias que nos abra el camino en medio de nuestros conflictos y contradicciones, contagiarnos apasionadamente del amor de Dios y llenarnos de vida. En esta comunidad de amor y vida, cualquier bautizado es Santo, no por los logros éticos, sino por la gracia de Dios que nos hace nacer de nuevo. Habitados por el amor debemos ver el mundo y a los otros desde los ojos de Dios, con justicia, amor y verdad.

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