Obsérvese detenidamente la fotografía que acompaña este artículo y nótese que, en contra de lo que cabría suponer, el semblante de los "padres de la independencia" de Cataluña está muy lejos de expresar la alegría de una victoria. Por difícil que nos resulte, habrá que concederles la mínima dosis de seny catalán, suficiente para estar pensando en las consecuencias que acarreará el paso que acaban de dar. Salvo algún tiralevitas, abundan, más bien, las caras serias. Y la cosa no es para menos. Aún sigo sin comprender cómo puede haber personas con vocación política y, a la vez, tan alejadas de la realidad. Se puede ser un iluminado nacionalista e independentista recalcitrante, pero eso no faculta a nadie para deambular por la vida sin sentido común. Ninguno de los votantes del nuevo "pucherazo" desconocía la trascendencia que traería esa declaración. Y prueba de ello, salvo contadas excepciones, es que se cuidaron muy mucho de mantener el secreto de su voto. Sintieron la llamada de la república, pero en el compromiso nada se habló de la medalla al valor.
El sueño ha durado escasos minutos; los que tardó el Presidente del Gobierno en hacer públicas las decisiones tomadas en el Consejo de Ministros. Debo reconocer que me encuentro entre los muchos españoles que han reprochado a Rajoy su excesiva premura a la hora de abordar la continua provocación de la Generalidad. Es muy posible que las medidas hubieran sido más fáciles aplicándolas tras las primeras desobediencias, y muchos de los gallitos que suelen cacarear amparados en la inmunidad que proporciona la masa, se lo habrían pensado dos veces al ver que Juana tuene marido. A la vista las medidas tomadas, no me duelen prendas al calificarlas de jugada maestra. Escondidos tras la falacia de pretendido diálogo, que más bien escondía unas condiciones imposibles de aceptar, los secesionistas han montado su agravio en torno a la prohibición de concederles el democrático derecho a decidir. Su concepto de democracia quedó muy claro en los dos sainetes que montaron alrededor de unas papeleras y en su forma de pretender pastorear a las minorías en el Parlament. Tanto han insistido que el Gobierno ha accedido a sus deseos. Ahora podrán votar; y lo harán con mayores garantías y con más comodidad. Tampoco tendrán que molestarse en buscar las urnas, ni voluntarios para que las llenen de votos y hagan el recuento de tapadillo. Se lo van a dar todo hecho. Si después de reclamar su derecho a votar, ahora no les parece bien, deberán admitir que su concepto de democracia dista mucho del tradicional.
Mientras no se demuestre lo contrario ? y hasta hoy no se ha hecho?los promotores del golpe de Estado del 27-O, no representan a la mayoría de habitantes de Cataluña. A pesar de ello, no han dudado en poner en peligro la estabilidad de todos los españoles y, lo más grave, en fomentar el enfrentamiento entre catalanes que no piensan como ellos. No contentos con su hazaña, aún cometen la felonía de descargar su responsabilidad en esa población que empujan a ocupar la calle para seguir infringiendo la ley y dificultar la pacificación, la calma y la serenidad del pueblo catalán. Hasta ahora, lo único que han logrado ha sido la marcha de las mayores empresas catalanas y el desaire de todas las naciones sensatas. SI lograran el reconocimiento de alguna ?nunca se puede descartar algún revanchismo-- estoy seguro que serviría para encumbrar más a España y dejar más en ridículo a esa república nonata.
Aunque desearía equivocarme, podemos asistir a movimientos callejeros de resistencia a la autoridad, y de todo ello también serán responsables quienes se han negado a cumplir con la ley. El Estado no cumpliría con su deber si no restablece la normalidad; y toda España ?incluida la mayoría de catalanes? está detrás del Gobierno. No se lo pongan más difícil, porque no será bueno para nadie. Quienes han pretendido jo?robar a España, que no se extrañen de que se coloque un DIU que evite su embarazo.