Una de mis amigas plantea cambiar las sesiones de series de televisión en su casa por quedadas con amigos para seguir el procés entre cervecitas y panchitos. Sesiones maratonianas de debates de la sexta con banderitas y gritos de apoyo a uno u otro tertuliano cual si fuera un visionado de fútbol, pero eso sí, de partido importante tal que el Mundial o la Eurocopa. Y como el personal más o menos pertenece al mismo equipo, se impone animar a uno u otro comentarista o político y jalearle calurosamente cada vez que interrumpa a su adversario.
Vamos, que si lo pensamos bien es un entretenimiento mejor que ver Eurovisión en grupo o juntarse en plan futbolero. Y todo mientras miramos memes y chistes por el móvil, de esos que nos hacen reír con un rictus amargo cuando pensamos que, lo que a nosotros nos queda tan lejos y nos resulta tan increíble, es la vida cotidiana de los que viven en Cataluña y sufren esta fractura social tan aberrante que, ahora, se convierte en un silencio preñado de sobrentendidos.
No son buenos tiempos y ni siquiera los Premios Princesa de Asturias se libran de esa tristeza y esa gravedad que nos sitúa dónde a nadie le gusta estar. En la imposición, en el 155, en la vuelta a una ley que nadie, por mucha conciencia de país que tenga ?y que considero muy legítima- puede saltarse. Escuchar a los líderes del independentismo y a sus adláteres de Podemos es como oír la música del revés, escuchando discordancia y media que no admite réplica porque no la quiere. Que no admite diálogo porque no lo desea. Que no ve más allá de su realidad, una realidad que tiene no solo un deseo independentista, sino esa seguridad de quienes son superiores a los demás sabe uno por qué extraño revés histórico.
Y hablando de historia ¿Cuándo pedimos los leoneses, esos de León, Zamora y Salamanca la independencia de nuestro territorio frente a la colonial y poderosa Castilla? La lectura histórica es tan falaz que nos deja sin palabras, las mismas que no encontramos cuando alguien ataca la escultura de Colón por aquello de los indígenas, como si fuéramos ahora a leer las páginas del siglo XVI con los parámetros del XXI, un siglo de ignorantes que nos dedicamos a estupideces en vez de resolver lo que verdaderamente importa.
Y lo que importa es que hay gente en paro, gente que no recibe ninguna ayuda, gente que ha perdido su casa, su trabajo, su dignidad, gente que va a recibir el invierno en la calle. Lo que importa, como dice uno de mis inteligentes amigos, es que mientras los catalanes no pueden independizarse porque es una aberración histórica, los hijos no pueden hacerlo porque sus trabajos, que nada tienen que ver con sus excelentes carreras, cobran una miseria con la que no pueden ni alquilar una habitación.
Eso es lo que pasa, y mientras, nos reímos pensando en una quedada de amigos en torno a una discusión inútil. Y todo esto frente a esas cervecitas y esas patatas fritas propias de una final de Champion. Al final acabaremos brindando con cava extremeño y rebelándonos frente a la tele. Porque de todo nos cansamos, señores míos? hasta el 155.
Charo Alonso / Fotografía: Fernando Sánchez Gómez