Plaza de Toros de Alba de Tormes


ALBA DE TORMES
Actualizado 22/10/2017
Redacción

Alba nos recibe con sus tendidos casi llenos y sus barquillos, con su banda poderosa rompiendo la tarde en pasodobles, con el penúltimo abrazo a los aficionados y amigos

La carretera se hace corta bajo un sol que se resiste a vestirse de otoño. Alba de Tormes y la fiesta de su santa andariega marcan un año más la despedida y cierre de una temporada que mañana, hoy mismo mientras esto escribo, ya será historia y alimento para las largas tardes del invierno.

Una temporada marcada desde un día maldito de junio por el dolor de la muerte, por la certeza de que el toreo es la única verdad en la que los hombres del siglo XXI se la juegan a cara o cruz. Días antes habíamos dejado en la tierra a Marga, mi comadre, la primera con quien yo veía toros desde que era una adolescente, una loca de Emilio Muñoz y sus muñecas prodigiosas que me explicaba los misterios del toreo cuando regresábamos en su coche rojo con Bambino a todo trapo. Junio maldito.

Alba nos recibe con sus tendidos casi llenos y sus barquillos, con su banda poderosa rompiendo la tarde en pasodobles, con el penúltimo abrazo a los aficionados y amigos que nos hemos encontrado de plaza en plaza como a discípulos en busca de la revelación, del milagro. Y si fuera hoy. Ese es el único secreto. Y si...

Una plaza encendida con el cuerpo a cuerpo de los forcados, con la conjunción del caballo y el toro, con la disposición de un Manolo Vanegas dispuesto a dejarse matar antes de perder una oportunidad, la última tarde.

Mientras a Gallo, la elegancia y la clase, le toca un novillo para ponerle un piso en La Alamedilla, y a Damián, pura entrega, pura raza, le toca bailar con la más fea, pienso en la vergüenza que supone que los veamos en Alba porque no hemos podido verlos en La Glorieta hace apenas un mes. No por paisanaje, sino por pura justicia.

Una justicia que espero le guarde las espaldas a Manuel Diosleguarde, la esperanza, el futuro, el nombre más firme que viene arreando en Salamanca con su estampa de cartel, sus riñones encajados y su sorprendente madurez para ponerse enfrente de un novillo complicado y no dejarse ganar la partida.

Quizá ahora las dos orejas seguras y merecidas a ese hombre con cara de niño sean lo de menos, solo despojos entre el cúmulo de emociones que ha dejado cada tarde. Las de sol y las de sombra. Las de memoria y las de olvido. Quizá ahora, mientras dobla este quinto y último de la última tarde, solo soy capaz de abrir el cajón donde guardo lo vivido para depositar una temporada que ya es historia con mi María rubia al lado, y Mónica, y Paula, y Verónica, y David, y Fermín y Enma y Tamara y todos los que me hacen tan fácil el camino, los que me guardan sitio de un año para otro en las ferias y en sus vidas.

Un año más Alba es despedida y cierre. Y como hacen los toreros cuando finaliza la temporada, esta os la dedico a vosotros, mi cuadrilla, mis amigos, mis compañeros. Y a ti, Juan Carlos, que me abriste las puertas de tu casa, que ya es mi casa, y ahora toreas en el ruedo del día a día por tu vida. Y esa es la crónica que quiero escribir, cantar y contar a los cuatro vientos.

Mientras aquí, en Alba, corto y cambio. Y brindo por la vida. Por tu vida, director, amigo.

Nos vemos en las plazas cuando pase el frío invierno.

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